lunes, 18 de noviembre de 2019

TRABAJOS ITINERANTES


   Justo leía un libro de una mujer muy cobarde, no lo voy a relatar porque es largo y hoy, hasta los lectores, están apurados. Es algo personal, me había jurado no ser cobarde a nada, ni a la caspa, ni a las uñas sucias, ni a las personas con halitosis, ni a los soretes de perros en la calle y otras inmundicias que antes me daban náuseas.
   Mi banco de la Plaza, es el lugar de la izquierda, ya es mío, caben cuatro personas. Tiene el mejor sol de invierno y es fresco en el verano. Hoy se sentó, bien cerca de mí, un tipo.
   —Tengo mucho frío, ¿me puedo sentar pegadito a usted? Los jóvenes irradian calor, a diferencia de los viejos, que no nos cubrimos con sobretodos, vivimos adentro de los abrigos.
   El tipo tenía un ojo de menos, era manco, le faltaba una pierna, labio leporino sin reparar, granos en la mejilla, pústulas colgando como aros en las orejas y un sombrero que tuvo muchas lluvias color gris triste.
   —Por favor, mientras no sea en mi falda, péguese tranquilo, intuyo que es una buena persona.
   Haciendo uso de mi incipiente valentía, dejé mi mochila a su lado, le envolví el cuello con mi bufanda. Crucé enfrente y le compré un capuchino doble y una medialuna.
   —Muchas gracias, joven y esta factura, me recuerda a mi Abuela.
   Lo miré siempre de perfil, le faltaban los dientes de lado izquierdo, era un tipo hábil, deshizo la medialuna en el capuchino, sacó una cucharita del bolsillo, tenía una cuadrilla dentro del sobretodo. Por eso parecía tan gordo. Me mostró fotos viejas, poemas en hojas amarillas, cientos de monedas antiguas.
   Me puso nerviosa que llevara tanto peso. Después de mostrar sus pertenencias, se puso de pie, bien erguido, abrochó un botón del sobretodo, el único que le quedaba.
   —Voy a dar una vuelta a la Plaza, ya me dijeron que tengo que caminar. ¿Me espera un rato, así la saludo?, a mí nadie me saluda, pero usted es diferente.
   Caminaba perfecto con una sola pierna. ¿Y la otra? Era un milagro de equilibrio, daba pasos largos. Seguí leyendo, no lo oí llegar, pero sí le vi la pierna. No pude más y le pregunté: —¿Me dice cómo puede caminar con una sola pierna?
   Contestó con inmediatez adolescente: —Es la memoria del cuerpo, la pierna usted no la ve pero está, le agradezco el calor que me dio, si fuera joven y sano, me iría a vivir con usted.
   No pude seguir leyendo, dejé el libro abierto y lo vi partir.
   Se sentó de mi lado un tipo con muchos libros y un bolso de viaje.
   —¿Sabés que te conozco de algún lado?
   Yo lo pensé y le dije: —Ese truco es muy viejo.
   El tipo no me contestó, abrió el bolso y sacó un sobretodo gigante, un sombrero gris triste, un zapato gastado, un labio leporino sin arreglar, de plástico adherente y media encía postiza.
   —Por favor el resto no lo saques, estoy segura que lo vi.
   El tipo, con aspecto de buenmozo escandinavo, daba  ganas de avanzarlo. —Tu vestuario lo conozco, ¿a qué te dedicás?
   Con un acento raro, contestó: —Soy transformista, son 700 pesos la  función, a vos te hago la oferta de 650 pesos.

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