viernes, 29 de noviembre de 2019

TURCA EN LA NEBLINA



   —Malena?, soy yo, tengo mucha angustia, ¿me podés ayudar?
   Malena tenía la casa, con todos de vacaciones, no había nadie que se interpusiera en el dilema de Sara.
   —Venite tranquila que estamos solas y me contás.
   Apareció en piyama, con zapatillas de training, tenía los pelos parados.
   —Pasá y sentate cómoda, te traigo un café recién hecho y una rodaja de tarta. Primero el desayuno, después vos dirás.
   Le dijo que cumplió 49 y se sentía tan sola, como turca en la neblina.
   —Me humilla, Male, pero no tenés a nadie para presentarme? Alguien grande, que no tenga pretensiones de persona joven, ustedes tienen tantos amigos, buscar en internet me humilla más que pedirte a vos.
   Male se quedó pensando y trajo la agenda: 
—Mirá, Sara, éste es el último libre que me quedó.
   Habla como si las personas fueran objetos suyos. Lo conozco, pobre Martín, tiene 86 y está muy enfermo, le queda un mes de vida, tal vez dos. Dije que lo iba a pensar.
   —Male, me pareció raro que todos se fueran de vacaciones, ¿y a tu Marido no le inquietó que te quedaras sola? ¿Mandar a tus hijos sin vos? Me parece que ahora me tenés que contar vos de tu angustia.
   —Es complicado, ¿sabés? Tolo se fue de casa y nunca explicó nada. Los chicos viven con su Abuela, vienen a veces a saludar, pero de Tolo hacen algún comentario, que a mí no me aclara nada. Por suerte tomo unas pastillas, que compré por internet, puedo dormir, me hacen olvidar que mi memoria se ausenta por momentos y luego vuelve.
   ¿Por qué le confieso lo que me pasa?, si hasta sonríe escondido.
   —Esta situación me pone nerviosa, pero te lo tengo que decir. Hace dos años que me acuesto con tu Marido. Ninguno tuvo la culpa, fue algo tácito entre los dos. Lo más extraño es que nos acostumbramos y lo quiero tanto como el primer día que pasó lo que pasó. Vengo a pedirte perdón. Se me fue de las manos, no lo pude controlar.
   —Lo bueno de estas pastillas, es que tengo momentos de lucidez. Mi querida y fiel Sara, Sariña, Sarita. Por eso quise honrar tu amistad, con ese café recién hecho, con apenas siete gotas de cianuro y una tarta galesa, batida con arsénico antiguo. Ves?! Ves?!, vino lo que te conté, mis pastillas me ausentan la memoria y duermo como un garrote. Después me seguís contando.

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