viernes, 8 de noviembre de 2019

LA PAZ DE LOS ATRILES



   En el mismo Taller de Avignon, de varios alumnos, había un hombre y una mujer, que se sentaban juntos, en atriles enfrentados, pero ella podía escuchar las pinceladas de Antoine. Tenía poderes, como imaginar el cuadro por sus sonidos. No quiso molestarlo mirando cómo iba su trabajo, le gustaba no saber.
   Agnes lo encontró bocetando al borde del lago azul, él se sorprendió de verla tan cerca. —Me avergüenza esto que hice, pero es tu figura que escucho en el Taller. Te lo regalo, a condición que no lo compartas con nadie.
   Agnes, entre la gente no se notaba, hacía que caminaba y levitaba cerca del piso. Se detuvo en una vidriera con óleos de colores extraños, los intensos cegaban y los suaves daban ganas de mezclarlos. Había de mayor a menor y de texturas extrañas. Compró todo pensando en Antoine, que era un estudiante flaco y desgarbado, con manos de poeta.
   Lo esperó aquella mañana, a la entrada de la clase, él ya estaba sentado en la escalinata y ella depositó en sus manos, según él, todos los colores del mundo.
   —Qué bellos óleos has conseguido, yo sé dónde fue, tengo visto ese lugar, por los gatos que duermen entre las cajas.
   Ella le acomodó la boina. —Esto es un regalo para vos.
   Él se puso a tocarlos, como las teclas de un piano. —Tengo que confesarte algo, mi querida Agnes, yo estoy casado con una mujer que no quiero, pero nunca se lo diré, tiene alma de niña y me entregó su corazón, pero a mí lo único que me importa, es pintar y a ella, el olor a trementina, la desmaya. Su organismo no lo puede soportar, no camina, se arrastra, hoy pensaba visitarla, está internada en el Hospital. Si te parece mal, no me lo digas, yo ya lo sé. Le nació un niño que vino muerto, ella hacía todo en su vida, con autorización de sí misma, le gustó el compañero que pintaba conmigo y después, no quiero recordar. No pienses en mi relato. Dejame un espacio de algunos días, tengo un mal presentimiento.
   Agnes siguió con el Taller, pintando cualquier cosa, que no tenía sentido, desperdiciaba colores y tenía los ojos hundidos. Estando al borde del lago azul, escuchó unos pasos leves y luego como un ángel, alguien le tocó la cabeza.
   Era Antoine, que le dio la terrible noticia, pero tenía una serenidad, que levitó junto con ella, la llevó de la mano hasta un Estudio, en una bohardilla, con lugar para pintar, cocinar y dormir, fue lo único que pudo pagar.
   Al terminar un cuadro, lo festejaban volando, tomados de las manos, adentro del Estudio, a la cocina. Estaban tan flacos los dos, que sus amores de colores, los hacían flotar, tan alto como barriletes y se trasladaban de Avignon a París. Dejaron todos sus cuadros en las escalinatas, del lugar donde aprendieron, después que lo sabían de antes.
   Fundieron su amor en el cielo y nació un arcoíris, con los mismos colores de Antoine y de Agnes.
   El único que los vio fue un viejito ciego, que no tenía necesidad de ver lo que estaba sucediendo, los saludó con los brazos extendidos, pero la caja de óleos, quedó en sus manos temblando.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario