lunes, 11 de noviembre de 2019

OLGA



   Entró en la Facultad con una edad que podía ser cualquiera. Los Talleres eran lugares sucios, los alumnos le forraban los tableros, con un papel cualquiera y cuatro chinches. Ella llegaba vestida de Señorita, con un bolso de cuero sobado, sacaba una lata de betún con un color “marrón militar”. Donde decía “militar”, le pegaba una curita. Olga llevaba un trapo y le pasaba betún a todo el tablero, después lo lustraba y complacida se ponía a trabajar.
   Dibujaba a mano alzada cualquier cosa que le pidieran. Los Profesores le pasaban por detrás y todos carraspeaban mirando con admiración contenida. Luego iban a un rincón y mientras observaban a Olga, tratando de adivinar cuál era su historia, para contar lo que dibujaba y pintaba.
   En mitad de la mañana iba al Bar a tomar un café, sola. Miraba por una ventanita cuadrada, con ojos tan tristes que el mozo le decía que era gratis. Olga era pródiga, diferente y profundo dibujaba escenas de mujeres solas, cavando trincheras, con hombres nazis vigilando. Cárceles hacinadas, todos con las cabezas asomando, sin abrigo, muertos de hambre.
   Esos cuadros eran tanáticos, muchos desplazaban los ojos mirando para otro lado. Era extraño que después de trabajar, no tenía una sola mancha en las manos ni en la ropa. Una mañana, con un sol de septiembre, Olga entró al taller: 
—¡Buenos días para todos!
   Era la primera vez que saludaba y le dio un beso a cada compañero, sabía el nombre de todos. 
—Hoy vine con trabajos nuevos.
   Los dispuso sobre una tabla larga, escenas de hogares campesinos, con luces que carecían de proveniencia, había pintado un horno de donde salían hogazas humeantes y el interior del horno tenía brasas que daban calor de sólo verlas.
   Eran discímiles los temas, un Cine con butacas de proyección axonométrica, la pantalla y las escenas se adivinaban. Llevó algunos que sólo tenían colores desplazados, como huyendo del marco.
   —Hoy estoy feliz porque llegan mis hermanos y los Tíos que nos criaron.
   Tres de los compañeros, perdidos por la levedad y fortaleza de Olga, le pidieron al Rector, el Salón de Exposiciones. Éste ya estaba enterado que había una genia polaca, capaz de dibujar el mundo, en todos sus matices. Los que ayudaron quisieron usar los viejos spots de la Facu, Olga dijo que era suficiente con las luces que filtraban las ventanas.
   A las cinco de la tarde, fue llegando la gente. Olga arribó con sus hermanos y sus Tíos. El Rector fue el encargado de hablar en nombre de Olga Posevski: —Privilegio que me otorgó la timidez de esta personita gigante…“esta es la historia de mi pueblo, en especial de mi familia, después de guerra y de paz…”
   Recibió premios de todas partes, pero sus ojos guardaban la misma tristeza de siempre.    

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