Llegamos al Spa
Hotel, con aguas termales, baños suecos, masajes con piedras argelinas. La
pileta es más redonda que el mundo. Subo a la terraza del Spa y puedo ver el
mar, azul sin olas. No hay nadie en el mar y en la pileta, nosotras dos.
Quintina que parece una ballena y yo tan finita, el Gordo y el Flaco. Nos
acercan tragos modernos, licuados de arenque.
Después está el
comedor libre, Quintina se come todo, pregunta con la boca llena: —Mozo, ¿no
hay más ostras?
—No, Señora.
—¿Y botecitos de
caviar?
—Eso sí…
—Quiero tres
porciones y un pan felipe.
—Se la hago
fácil, no hay ningún señor Felipe. ¿Ud, Señorita desea algo en especial?
—Un hombre,
deseo y aquí por lo que veo, no hay nada en especial, no siendo eso, no deseo
nada.
Nos íbamos al
día siguiente, yo quería mar, las aguas cerradas no son inteligentes, por bobas
inmóviles. Mientras Quintina roncaba lo que comió y bebió, caminé al amanecer.
El mar llamaba a cualquiera que pudiera sumergirse, tomándose de juncos
marinos. Se enroscó un junco en mis piernas y tragué agua tres veces, tenía
mucha sal.
Un hombre
grandote, buceó y desprendió el junco. Le agradecí con un beso prolongado.
—Gracias
por salvar mi vida y poder darle ese beso.
Tengo ojos
vacuos, no sé si se dio cuenta. Hay canoas abandonadas, peces saltarines y el
color de las olas, hay más y ella tiene el deseo, dijo llamarse Helena de
Troya, me va, soy Poseidón, el Dios del Mar.
Dijo ella: —Quiero
ver tus ojos por dentro, por ahí encuentro la cartera.
Poseidón
titubeó, pero la tomó por la cintura, ella suspiró y él confesó: —Tengo más
para darte, de allí mi nombre, poseo y doy, no es idéntico, pero se puede
asociar.
—¿Sabés qué
pasa?, ando con hambre atrasada y no sé si vos podrás con mis deseos, por ahí
exijo mucho.
—Si seguís
conmigo te engordo, tu amiga te envidiará. Y será para siempre, porque de vos,
no me voy.

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