jueves, 23 de abril de 2015

MISS ROSE


      Les dieron las mejores habitaciones del castillo. Se usaba para rentar, las madres eran amigas, recibió al matrimonio gratuitamente. Vivía sola con dos argentinos, eran el personal de limpieza.
       Les dijo que ella vivía en dos habitaciones del castillo, pero era aislado del resto. Nadie los molestaría.
       Raquel y Augusto pasaron la noche recorriendo el castillo, iluminados por un candelabro, descubrieron pasillos ocultos, había puertas trampa que daban a la biblioteca de Alejandría. Cómodos sillones rodeados de libros apilados.
         Miss Rose amaba leer policiales. Tenía hojas del diario del suplemento crímenes y el modus operandi era el mismo. No salía nunca y eso preocupaba a Raquel, crimen no había cometido, andaba de cuerpo presente por todo el castillo. En cada encuentro, Miss Rose elogiaba su aspecto distinguido. Mientras, Augusto notó cómo la anciana merodeaba sus ojos.
         Por la mañana Augusto entró al baño, Raquel tenía los pies atados a la cadena y la cabeza sumergida en el sanitario, ahogada. No fue Miss Rose, porque no tenía fuerza. Sospechó del argentino, por el método de asesinar.
      Pidió un auto e hizo la denuncia en la policía. Le dijeron que si las cosas fueron como su relato, el único sospechoso era Augusto.
      Miss Rose se fue a Brasil. Los argentinos a Argentina.
      Al llegar a aquí, dijeron que el cajón lo retiraba la casa fúnebre. Fueron acusados de asesinato en sanitario bañado en oro, Miss Rose les hizo el encargo.
      Llamó a su amiga para darle la funesta noticia. Le agradeció su estadía de dos años en el castillo y se alegraba que Augusto heredara.

       Los argentinos fueron juzgados por homicidio con premeditación y alevosía. Siempre haciéndonos quedar mal, estos argentinos de mierda.  

IN NOMINE PATRIS

      No había modo de entrar a ninguno de los lugares turísticos, vientos arrafagados, cielo de ovejas grises, algún rayo de sol de cuando en vez, regalos de dios para los fieles  que pasan semana santa siempre en este lugar. Hubo dimes y diretes entre dios y el servicio meteorológico. Una pena, tanta gente rodeada de neblina. Terminaron todos juntos en el mirador del Independencia, se vislumbraba el horizonte pampeano. Mucha cabeza baja, ojos tristes.
      Señalé con el dedo - ¡Uuuuy! ¡Se ve el mar! - Se vio que eran creyentes porque me creyeron. Tomaron sus vehículos. Alguno decía – Menos mal que traje malla-.
       Un niño quería llegar pronto, para hacer castillos de arena. Una señora sin malla dijo que se bañaría igual, preguntó si se permitía la falta de ese adminículo para meterse al agua. Otra le contestó que con este clima dos por tres llueve, convenía llevar paraguas.
        Las cabezas bajas se irguieron, los ojos se iluminaron, parecía una resucitación colectiva. Sentí orgullo de ser un líder encubierto, fui la autora de aquel milagro. Para vos Mami, que siempre dijiste que no sirvo para nada.

         El mar queda donde a mi se me ocurre, no cualquiera.

viernes, 3 de abril de 2015

TOO MUCH

      Un anciano con muletas, no podía salir de la puerta giratoria, hasta trabar con una muleta y entrar.
      Caminaba con dificultad, el chico de la ventanilla no le entendía, al anciano le faltaban todos los dientes, cuando hablaba parecía tener polenta en la boca. El ventanillero pidió sus documentos y el certificado de supervivencia, faltaba la tarjeta verde, la azul, la roja y la blanca.
      El anciano juntó sus papeles, una señora le explicó dónde se hacía la verde, a mitad de cuadra. Salió del banco desorientado. Encontró un kiosco donde le hicieron la verde, para la azul  debía dar vuelta la manzana y justo en la esquina le entregaron la azul.
      Haciendo dos cuadras leyó un cartel de circo con luces y payasos. Ellos entregaban la roja y la blanca.
      Se puso el automático, el anciano, todo le pareció una ignominia, arrastrando piernas doloridas y muletas centenarias. Hizo una cola de tres horas. Cuando llegó a la ventanilla puso su billetera deshecha y los papeles. Mientras el empleado le señaló que le faltaban la roja y la blanca. El anciano adquirió color blanco y cayó sobre sí mismo. Antes de expirar le gritó al ventanillero, con voz joven: -¡La roja y la blanca las tengo en la mano y te las podés meter en el culo!

      Llegó la ambulancia del Hospital: “Que Dios te ayude”. No tenía pariente alguno, la cochería municipal lo sepultó en una fosa común.