No había modo de entrar a ninguno de los
lugares turísticos, vientos arrafagados, cielo de ovejas grises, algún rayo de
sol de cuando en vez, regalos de dios para los fieles que pasan semana santa siempre en este lugar.
Hubo dimes y diretes entre dios y el servicio meteorológico. Una pena, tanta
gente rodeada de neblina. Terminaron todos juntos en el mirador del
Independencia, se vislumbraba el horizonte pampeano. Mucha cabeza baja, ojos
tristes.
Señalé con el dedo - ¡Uuuuy! ¡Se ve el
mar! - Se vio que eran creyentes porque me creyeron. Tomaron sus vehículos.
Alguno decía – Menos mal que traje malla-.
Un niño quería llegar pronto, para hacer
castillos de arena. Una señora sin malla dijo que se bañaría igual, preguntó si
se permitía la falta de ese adminículo para meterse al agua. Otra le contestó
que con este clima dos por tres llueve, convenía llevar paraguas.
Las cabezas bajas se irguieron, los
ojos se iluminaron, parecía una resucitación colectiva. Sentí orgullo de ser un
líder encubierto, fui la autora de aquel milagro. Para vos Mami, que siempre
dijiste que no sirvo para nada.
El mar queda donde a mi se me ocurre,
no cualquiera.

No hay comentarios:
Publicar un comentario