-Traje la mitad de verdura que
acostumbro. No me alcanzó la guita. Te lo juro. Cualquier banana pasada cuesta
como un pulóver de angora, traído de Angora-.
Él
tomaba mate y leía el diario. Sin mirarla –sentáte alguna vez y leé el diario,
así entendés y no te preocupás más por los tomates, los precios se duplican,
triplican, cuadriplican y no sigo porque me cansa.
Qué tipo éste, los diarios son como las
revistas Boba y se publican para que la gente, tenga con qué limpiarse el
trasero.
El marido, con gestos leoninos, dijo que
esperaba que se fueran los que roban, los que dicen que vivimos fenómeno
gracias a ellos, los chorros de nuestros ingresos. Tengamos esperanza, que en
el lenguaje actual significa esperá
sentado.
Cuando lo escucho mientras pelo cebollas,
aprovecho para llorar y me retrotraigo a nuestros primeros años de casados, me
llevaba el desayuno a la cama, nos dábamos besitos y decía él, “contigo pan y
cebolla”.
No le pagan la indemnización por despido
y la plata de la venta del auto no la vimos nunca. Nos hartamos de comer pan y
cebolla. Igual se terminó hasta eso. Nos acostamos abrazados cucharita, le
propuse una noche de luna de miel.
Fue sincero, dijo a mi oído que toda esta
horfandad le producía estrés fálico. –Si querés hay miel en
la cocina y luna en el jardín-, dijo. El tarro de miel estaba vacío. Mientras
le pasaba la lengua al tarro, afuera llovía, luna no había.