Hacía mucho que
no salía de vacaciones, tenía que cuidar a la vieja Olivia. La primera que le
enseñó el uso de la libertad propia. Ahora vive en Brandsen, en medio de un
lugar puro campo. Un bosque le tapa la casa y un arroyo le pasa cerca. Olivia
camina tomándose de un mueble a otro.
—Todavía tengo
fuertes mis piernas y los yuyos son generosos, alguno me permite ir manoteando,
hasta el arroyo, si vos no estuvieras, podría hacer lo mismo. Necesitás ver
otros pueblos, yo te voy a dar unos pasajes que compré en especial. Algunos son
en avión, otros por tierra y al agua seguro llegás. Cuando vuelvas, si es que
volvés, me gustaría que traigas más que fotos, una libreta de apuntes y que me
cuentes lo que viste y lo que viviste.
Se sintió
protegida con los regalos de Olivia. Parecía que le abría la puerta al mundo
que no conocía. Le pidió a Don Matías que le llevara alimentos y vigilara cómo
andaba.
Nunca subió a un
avión y la gran tentación era Creta. Fue a pasar tres días a una islita
abandonada, no tenía puerto, no tenía nada. Sólo algún pescador que le dejó
mercadería, como para sus tres días. Le preguntó por su nombre: —Yo me llamo Sincero,
¿y usted?
—No se me ría,
pero mi nombre es Grecia.
El pescador la
miró con sinceridad curiosa. La primera vez que conoció a Grecia, eso lo
conmovió, tener frente a sí a todo su país, concentrado en esa mujer.
—Mañana, si
usted acepta, la invito a conocer la construcción de las cariátides y verá cómo
al hombre le gusta darle eternidad a un lugar que lo comerá el tiempo y así
debe quedar, para brindar testimonio de ese pueblo que amaba la naturaleza y
los peces. Vivían en son de paz y diapasones de memoria.
A la mañana pasó
la lancha pesquera. Sincero la ayudó a abordar e ir lentamente hacia las
cariátides, que parecían esperarlos mirando hacia el mar. Llegaron al lugar y
Grecia quedó sin aliento, ante la belleza de las columnas.
—Me gusta ver
cómo vas a llegar en tus pensamientos, esas esculturas y los mosaicos del
templo, los que te conté que están restaurando. Y después irán a por ellas. Hay
una que quiero derrumbar yo y vos que tenés cara de buena, me ayudarás.
A esa cariátide
le faltaba casi toda la cabeza. Sincero sacó un instrumento de hierro y rompió
lo que faltaba. Después lo reemplazó con la cabeza de Grecia.
No se supo del
autor de aquel asesinato, la reclamó una mujer argentina, de nombre Olivia
Ratán. Murió de tristeza y de años, sus reclamos fueron a parar a un conteiner
de Buenos Aires.

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