martes, 26 de noviembre de 2019

SE VENDE


   El esplendor de aquella casa por fuera, donde el sol regalaba amaneceres, se contraponía al interior, que era frío, oscuro y si algunas veces hubo voces, ahora eran incipientes corrientes de brisas congeladas. La compró una inmobiliaria y dividió sus habitaciones, para hijos de familias de estirpe adinerada.
   Los lugares sospechosos tenían camas pegadas a las paredes de madera. Se apretaba un botón, que era el ojo mitológico de algún ciego, pintado con óleos macerados. Ovidio dormía allí, lentamente caía una litera, cubierta con sábanas de seda y almohadas de duvet, allí reposaban los becados, seres prodigiosos a la hora de enseñar alguna idiotez que no servía para nada. Era obligación rendir esa materia, bastaba con no asistir y se aprobaba.
 Roberto Caseneve tenía una habitación con varias ventanas cerradas. Fue su deseo que así quedaran. Dispuso su cama en el centro, gustaba tener aire en todo su contorno y ni la decoración de un almanaque, en las paredes desnudas. Era alumno de un sabio oriental, que dictaba con erudición de sabio, claro, la vida de los fantasmas. Hacía reír mucho a Roberto Caseneve la existencia de esos seres indiferentes, que en ocasiones eran mujeres, podían dormir a su lado sin él percibir nada.
   Cuando Roberto daba examen, iban los Asistentes de otras materias inútiles. Cuando concluía su exposición, Ovidio aplaudía de pie. Las demás clases eran incoloras, inodoras e insípidas. No había Profesores expositores. Para cortar lo inasible, los alumnos tomaban asiento en una mesa larga, tendida con platos vacíos, llegaban fuentes vacías. Profesores y alumnos apoyaban servilletas de hilo bordadas sobre sus bocas, sin una mácula de residuo.
   Roberto Caseneve y Ovidio Rodillo, caminaron sin hablar, por un pasillo largo, que se cubrió de una oscuridad negro infinito.
   La Inmobiliaria encontró una pareja tan blanca, que parecían carecer de torrente sanguíneo, mostraban un entusiasmo secular, por la casa que el sol ponía refulgente. Pasaron al interior, el Contador de la Inmobiliaria, comenzó la apertura de ventanas. La mujer compradora, con voz grave, le tomó las manos con tanto ímpetu, que le quebró una muñeca.
   —¡Ni se le ocurra!
   El marido, con caninos draculeanos y sonriendo, le hizo entrega de un cheque ennegrecido, le cerró la vieja y pesada puerta en la cara, le partió el tabique en tres. El Contador, luego de pasar por el Hospital, fue atendido por Profesionales rigurosos, de Honorarios rigurosos.
   Se dirigió a la casa de sus nuevos habitantes, para el cobro de los daños ocasionados por sus compradores. Puertas y ventanas se encontraban cementadas. Los vecinos la llamaban “La casa amontillada”.
   En una madrugada de febrero, salió la gente a emprender sus trabajos, los ojos pegados son lagañas olvidadas para dormir, hasta definir el sol de la mañana. Hubo tres señoritas, con los ojos sin ningún impedimento, las que vieron el terreno sin ninguna construcción y un largo pasillo, descendiendo hasta la Catedral.

No hay comentarios:

Publicar un comentario