En un caserío
marítimo y anárquico vivían personas solas, pareja con hija, pareja aparejada.
A cinco médanos quedaba el primer pueblo, se vendían veinte lotes arbolados.
Ale, oriundo de Dock Sur, descubrió el valor irrisorio de comprar una manzana. Cuando
se encontró, en medio de tanto árbol, liebres, conejos, zorros, chanchos
silvestres, escuchó la transcavator, volvía de destruir un médano. —Oiga
colega, ¿no me hace un pozo aquí, al medio? De onda.
El tipo, expeón
hizo el primer buraco —¿Le parece así Don?
Ale le dijo que
más hondo y más y más. —¿Llegó a la napa?
Contestó el
paisano —Y de no!
Le pagó con tres
chanchitos silvestres. Manejó a todo gas hasta un paraje donde vendían
coberturas de veinte gramados unitérmicos. El dueño y su ayudante subieron el
carretel al camión, lo llevaron hasta el lugar, le forraron todo el pozo y
sobró para los bordes.
Lo llenó de agua
y peces, consiguió carpas doradas y pejerreyes violetas. Pasaba el día en el
bote de su abuelo, pescaba, pero los devolvía al agua. Ale logró una selva
propia, no tocó un yuyo, hasta los pájaros trinaban día y noche. Cuando
encontraba una rana le besaba la boca.
Dormía bajo tres
palmeras. Escuchó pasos levitosos y se puso de pie. Una chica, con un cántaro
le pidió permiso para juntar agua de la fuente. Ale tenía una fuente con agua
potable, su última obra. —Junte lo que necesite, el agua es un derecho de
todos.
Marcela miró su
cabeza puro pelo, le encantaron los ojos verde castor y esa generosidad sin
fronteras. Ale compró el caserío entero. Les cobraba dos mangos. La gente, que
siempre habla, notó que el volumen de Marcela era un embarazazo.
—¿Cómo embarazó
a mi hija?...- Preguntó el padre-.
Ale contestó con
lunfa Dock Sur —Cómo ¡Como cualquier cristiano! ¿Porqué? Esto no lo puede
ignorar, tanto va el cántaro a la fuente, que al final se llena. Lo dijo la
gente, que siempre habla.
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