—Por tu angosta
despedida y tu augusta partida, debo reconocer que no soy el emperador que
esperabas, seguí soltera, vas a terminar echando cianuro en cualquier gil. Decirme
malo a mí, que soy un ángel de una personalidad exquisita y mis gestos son sonrisas.
Tu política con los afectos, se dan de patadas.
No cabe una
caricia, lejos de un beso, no poder colarte una mano en el corpiño y decir que
te amo, aunque no sea cierto.
Me obligó mi
padre a conocerte, primero te conoció él, tuvieron charlas profundas, tan
profundas que nunca me contó a qué se refería con las profundidades. “Debes
conocer a esta emperatriz, está solita, con todo un imperio en sus manos. El
marido anterior tenía forma de tonel, reventó de tomar tanto vino y promover
guerras absurdas.”
Si mi viejo
pensó que podía ayudar con aquel monstruo de imperio, a la tilinga presumida y
ambiciosa. Tuvo la respuesta, ella me dejó en el medio del gasoil negro que
despedía su auto, dijo algo así como
—Papi, con vos no voy a ninguna parte, acá se necesitan
garras y vos tenés dedos clericales.
Dejó mi
autoestima anémica, volví a vivir con mi padre. No me gustó, hacía bardo todas
las noches con sus amigotes, totalmente etilizados se tiraban al estanque,
parecían hipopótamos. Decidí abandonar la casa paterna. Me instalé en un lugar
que prefiero no nombrar, ni dar la dirección. El viejo sabía dónde era, mandó
una esquela que decía “Por tu angosta despedida y tu augusta partida, debo
reconocer que no soy el padre que esperabas”.

No hay comentarios:
Publicar un comentario