La familia que
reía, así los conocían todos. Una duda me oprimía el alma, hasta que no pude
más. —¿Mami, yo soy adoptada?
Mi Madre me
peinaba y quedó con el cepillo estática —Vos sos un angelito regalo de Dios y
viniste del cielo. —¿Mami, entonces el parto no fue natural?
A la mujer se le
borró la sonrisa de siempre.
—Sí, como todos los partos. Dios escuchó nuestras
plegarias y te trajo del cielo.
Es tan religiosa
que delira, dice que Dios me regaló y encima me arrojó del cielo. Tengo el Certificado
de Nacimiento, es cierto no soy adoptada. También sé que en los que certifican,
cabe la posibilidad de algún soborno.
Después hablé
con Papi, que es más lanzado.
—Yo soy adoptada y no lo niegues, sé que así es.
Al Padre no se
le borró la sonrisa —Es verdad, hija, sos adoptada y te queremos por hija, no
por adopción.
Yo preguntaba
por la duda que me oprimía. Pero ahora que sé, no voy a buscar quiénes fueron
los verdaderos.
Estos padres,
mis Padres, merecen el mejor regalo que una hija pueda ofrecer. Están
tristongos y a veces se abrazan y lloran. Cuando los descubro, simulan estar
recontentos y se ríen, se ríen de más, me abrazan tan fuerte que duele, por
suerte tengo el alma descomprimida.
Llegó la
Nochebuena y luego del brindis final, que casi nunca es el final —Aquí tienen
mi regalo, no se asombren, no lo llevo en las manos, está aquí. –Me abracé la
panza-. Y son dos, una nena y un nene. Cuando termine de cocinarlos, se los
dejo. Debo buscar al Padre. No creo que lo encuentre, no sé ni quién es. Pero
seguiré buscando con la tranquilidad de que mis hijos quedan en sus manos. Uds
serán los Abuelos adoptados.
Sacaron la foto.
La flía que reía, con las manos descansando en una panza que latía.
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