Se detuvo ante
el Castillo para pedir un vaso de agua. Un viejo con cara de Papá Noel con
gripe abrió un portón —¿Qué prefiere? ¿Agua de la canilla, filtrada, bidón disfrazado
de mineral, soda, agua de bomba o de lluvia colectada en palangana?
Narciso quedó
anótico —No doy más de sed, quiero tan sólo un vaso de agua. Las opciones
corren por su cuenta, Sr.
El viejo achicó
sus ojos con desafío felino —A cambio de ser jardinero de este solar, es el precio.
Justo, era el
oficio de Narciso, ni lo pensó —En el siguiente paso al vaso de agua, acepto su
oferta.
De inmediato el
viejo abrió la manguera —Qué sus manos sean el vaso, acá no hay ni vasos, ni
copas, ni platos, sintetizo, vivo en una pieza del Castillo. Pasaron cosas…
bueno, la chusma del pueblo le contará ¿Su nombre?
—Narciso, Sr
Le ordenó cortar
el césped, señaló el galpón,
—Allá están las herramientas.
El viejo iba a
realizar su caminata diaria de 8 km, decía que a los setenta es necesario 7 km.
A los ochenta 8 km, a los noventa 9, y a los cien, 10. No se llega, antes uno
se va de la tierra.
Cuando Narciso
terminó de cortar, con una tijera oxidada, llegó el viejo. —Oh!, qué bonito le
ha quedado y al sesgo, estilo inglés. Puede dormir en el galpón, si quiere.
Mañana le daré otras tareas.
Narciso pensó
que era un viejo avaro, el Castillo tenía veinticinco alcobas y a él lo hacía
dormir en el galpón? Al amanecer el viejo abrió las persianas y se asomó con
gorro de dormir. —Venga a desayunar conmigo, Narciso.
Él contestó que “No,
gracias”, debía hacer algunas cosas en pueblo.
—Bueno, bueno –Dijo
el viejo- Te contarán mi historia, de a pedazos. Vos serás el encargado de
armar el rompecabezas.
Cerró las
persianas con violencia, dejando su gorro de dormir entre ambas.
La chusma lo
miraba con respeto, raro, en general era con desprecio o como si fuese aire.
Cada conversación que sostuvo, con tres lavanderas, el tipo que vendía tabaco y
los del almacén de ramos generales, deslizaron algún tramo de la historia. La
esposa del viejo se enamoró del jardinero, le relató a su esposo lo que le
estaba sucediendo.
El esposo
destrozó todas las arañas de cristal del castillo, rompió la vajilla de tres
generaciones, arrancó los cortinados y se tiró a llorar como un niño, ella se
acercó, el esposo la empujó, le gritó que era una perversa —¿No te das cuenta
que yo también estoy enamorado del jardinero?
No hay comentarios:
Publicar un comentario