sábado, 31 de diciembre de 2016

VIENTO QUE DESPIERTA


   Durante el invierno no había nadie. Eran cinco casas y un Dispensario. Ocurrían peleas familiares en las cinco, los maridos castigaban a sus esposas.
   Había mujeres que castigaban a sus maridos.
   Los niños se refugiaban en lo de Ana Kazankis, vivía sola, su enorme casa era el Hotel principal. En invierno comenzaban los desatinos en los hogares. El Dispensario lo atendía Rosita, hacía de Médico, Enfermera, Acompañante Terapéutico, Partos Caseros, Empachos, Migrañas, Picaduras de Araña, Psicóloga y Bañero.
   El invierno era largo y no había cómo detener las escenas de pugilato. Rosita tenía un alambique que potencializaba el Vino Patero de su parra de uva chinche. Preparó cinco bidones.
   —Piensen en sus hijos, este brebaje deviene de las Fiestas Dionisíacas, aumenta la líbido dormida y el encuentro con el otro. El modo de uso es cuatro veces por día, vertido en una tapa de “echo en el balde”, con la asepsia previa de la tapa.
   El efecto fue positivo, nadie le pegaba a nadie, pero todos se amaban entre ellos. Esto traía malos entendidos, como que una mujer hiciera el amor con su vecino, pensando que era su marido. A ellos les sucedía con sus vecinas. Se fue solucionando con una Terapia de Grupo, cuya Psicóloga era Rosita. Ella ideó un agregado a los bidones, “punta certera y no hacerse el estúpido”.
   Las familias se tornaron reflexivas y hacían el amor sólo con sus respectivos conyugues.
   Llegó Fin de Año y se juntaron las familias, los bidones y una roja fogata al borde del mar. Rosita, sin su guardapolvo, brindó con las cinco familias. Como terminaron en brindis tras brindis, se lanzaron unos contra los otros. Sin saber quién era quién. Las mujeres ligaron cuatro extraños y los hombres tiraban más para el lado de Rosita. Ella estaba tan acomodada a las buenas costumbres, que se pensaba feliz. Esa noche comprendió cual era la pura y verdadera felicidad.
   Ana Kazankis, mandó a los chicos de todos a una Escuela, pupilos, con Profesores Turcos y Marroquíes.
   Por fin Ana dejó sus recuerdos atrás y se plegó al grupo, no le interesaba el sexo, pero la compañía de sus desiguales la igualaban al deseo colectivo de meditar la vida. Todo una ingeniería, la verdá.
                                                              

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