Estando de novia
con Alberto, su mejor amigo, Julián, que nunca me miró a los ojos, iba al Cine
con nosotros. En la oscuridad sentía la mirada de Julián, no miraba la
película. Yo lo espiaba, me di cuenta que Julián estaba perdido por mí.
Mantuvo un
silencio respetuoso hacia Alberto, cuando éste anunció nuestro casamiento.
Cuando Alberto
pasó a mejor vida, Julián comenzó a mirarme a los ojos. Parecía que iba a decir
“Te quiero”, pero esas dos palabras no existían para él. Un día me invitó a su
estudio. Había olor a trementina, a mate y otras yerbas.
Una chaise
longue de ciertopelo y cortinados de diferentes texturas y gramados, su taller
era una emulación del S XVII, —¿Un día me permitirías pintarte recostada en
aquel futón malva? Si tenés ganas y tiempo…claro.
Julián era un
maestro, tuve pudor cuando me eligió como modelo. Ignoraba que la postura estática
del cuerpo te dormía el esqueleto, los músculos y los tendones. La recuperación
era lenta, Julián sugirió que me recostara en la chaise longue bien relajada y
olvidara el mundo. Le obedecí, era mandato de un Maestro. —¡Ojos abiertos!
Yo dejaba
acontecer y dejé mis párpados entornados —Esa!! Esa!! Vení, mirá ¿Qué tul?
Había captado la
belleza que carezco, pero así lo imaginó Julián. Mientras limpiaba los
pinceles, antes del “nos vemos”, dijo —Mañana te quiero desnuda, en el mismo
sitio que hoy.
Pensé, ¿Habrá
encarnado Goya en Julián y yo en la Duquesa de Alba? ¿En sus dos versiones,
vestida y desnuda?
Llegué temprano,
tenía frío. Él había colocado tres bolsas eléctricas en la Chaise longue, me
pareció todo un detalle. Temblores nerviosos vinieron mientras quitaba mi ropa.
Él me calculaba con el pincel, como si fuese yo un jarrón. Para ayudarle le
dije, mido 1,70, peso 56 ks… cuando iba a contarle otros detalles, me cortó. —Lo
que yo mido no se expresa en números, te necesito relajada, dale unas pitadas a
este cigarrito y sentirás que permanecer sin ropa es como levitar.
Así fue, levité
siete horas consecutivas, al cabo me llevó hasta la pintura terminada, me
inspiró ternura que viera mis tetas tan grandes, siendo que no tengo, las
caderas armoniosas y las piernas de Marlene Dietrich. Prendió uno de esos
cigarritos, fumó él y después me lo pasó a mí. Se arrancó la camisa, los pantalones
y el calzoncillo.
No me pareció
mal, si yo estaba en bolas, él tuvo la gentileza de ponerse igual. El humo nos
inundó.
Lo que vino
después, es cosa de Goya y sus majas.
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