lunes, 12 de diciembre de 2016

PARIENTES REPENTINOS


   Si la vida comienza a los once años, Timo y Bobby se conocían de toda la vida. Sin mirarse sabían qué hacer, cómo y porqué. La historia se puso densa cuando Bobby distraía al carnicero, con el fútbol del fin de semana, le pidieron bifes de lomo. Timo empujó, sin querer, el dedo del carnicero. Vino la Policía y una Ambulancia, se juntó todo el barrio, ellos desaparecieron sin ser vistos. No le pudieron pegar el dedo, quedó de cuatro. Volvió a sus tareas, vendía carne vieja, dura y negra, a precios tan altos, que la gente compraba bofe, mientras quedaban hipnotizados con los chinchulines que colgaban de un alambre.
   Los padres de Timo y Bobby murieron en el incendio de la Tabacalera. Allí se conocieron, se hermanaron y vivieron en la casa de los padres de Timo. Al tiempo fueron convocados por un Juez de Menores. Les informaron que serían adoptados, por una persona de bien: el carnicero.
   Se hizo presente de inmediato —¿Vos no pensás que sabe quiénes somos?-Dijo Bobby-.
   El carnicero los miró con detenimiento paternal. Los llevó a su casa, buen jardín, buena pileta y un dormitorio. Había tanto silencio que se les pegaron los ojos. En mitad de la noche, el carnicero les llevó un vaso con agua para dormir mejor, los arropó y se fue.
   Escucharon ruidos en la cocina, a cubiertos, monólogos murmurados. Les daba miedo, igual durmieron profundo.
   Cuando dio la luz en la cama de Bobby, gritó como perro, tenía la mano vendada y bajo la almohada, medio dedo envuelto en gasas. Entró el carnicero con una sonrisa de poco diente —Vuestro futuro padre, que soy yo y seguiré siendo yo, practico la religión del ojo por ojo, diente por diente y dedo por dedo. 
                                                            

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