Vivo solo, extraño los sonidos de mi casa
paterna. Ahora escucho cosas que vienen de afuera sirenas, autos, micros, motos
y una música salsera de algún boliche lejano. Estudio con ese concierto que
apabulla, pero acompaña. Cuando los decibeles citadinos menguan voy a dormir.
Escucho los pasos del departamento de arriba, hay unos tacos altos que
martillan mi cabeza, portazos. Hay corridas con sonido de pasos masculinos.
También escucho muebles que se desplazan, vajilla que se estrella en mis oídos.
Hoy fue distinto, hubo silencio. Durante
la madrugada escuché pasos marciales; a los quince minutos nada. Tomo el
ascensor y la anciana, que vive sola, me pregunta si estaba enterado del cr…
Abrí la puerta, le dije no tener tiempo. Con el dinero del alquiler me compré
un equipo de música. Ahora estudio y duermo perfecto. En el edificio no piensan
igual. Hicieron una reunión de consorcio para tratar mi caso: “música alta”.
Llamé a mi padre, que está orgulloso de mis dieces en todo. Hizo forrar las
paredes de mi depto. con madera, telgopor, lana de vidrio y corcho. Me visitó
una semana. Cuando se fue me sentí aliviado, lo quiero mucho, pero su partida
me hizo recobrar mi propio pentagrama. Puse al mango: Los sonidos del silencio,
por Simon & Garfunkel, una antigüedad, me envolví en el acolchado de duvet,
que me mandó mi madre y dormí un día entero. Mucho stress.

No hay comentarios:
Publicar un comentario