martes, 29 de enero de 2019

EL ARTE DEL MATERIAL Parte II



   Fred se separó de Vera. Yo de Andrés.
   Nos hicimos amigos y tiempo más tarde, amantes entusiastas, no nos casamos, no tendríamos el oprobio del divorcio. Las gentes que se casan, tienen cara de boludos. “Coincido”, dijo Fred.
   —Virginia, te invito a vivir conmigo, ya, no necesitás ropa, la tilinga dejó todo. Ella no vuelve a usar lo que ya usó. Ropa interior te compré yo. La de Vera la tiré por la ventana.
   —Para mí la ropa es algo secundario, ropa interior no uso. El vaquero que llevo puesto y la camisa, los lavo de noche y cuando se secan me los vuelvo a poner. Las zapas, son las que uso desde el Secundario. Como verás, Fred, soy una persona de bajo mantenimiento.
   —Parece que me estuvieras castigando, no sabía que los botones de tu camisa faltan, porque no te gusta coser. Virginia, te prefiero desnuda.
   Esa manera de llamar la reconozco, es Andrés.
   —Vengo porque te fuiste sin avisar y necesito que trabajemos juntos. Encontré una mina que como está al pedo, tipeará e imprimirá nuestros trabajos, quiero una respuesta rápida. ¿En tu casa? ¿O en la mía? No me contestes, en la mía tenés todos los materiales, cuadernos y biromes, reconciliación intelectual.
   —Acepto, empezamos mañana a las ocho, Andrés, te aprecio y me encanta trabajar con vos. Pero nada más.
   La puerta estaba abierta, tanto fue mi casa, que entré como si fuera mía, en el escritorio no estaba, subí al entrepiso y viví una pesadilla, que me arrancaba del mundo. Andrés sobre ella, haciendo el amor. Cerré la puerta despacio y me fui.

               EL ARTE DEL MATERIAL Parte III

   La encontré por la calle, no me dejó espacio para pensar, me abalancé sobre la puta encubierta. Le calcé una trompada en la cara, un puntapié en el estómago. Un container solitario, que fue a dar sobre el cuerpo de la tilinga. El resultado: mandíbula partida, hematomas múltiples y una vara oportuna metida en el culo. Tuve suerte, la tilinga no me reconoció, yo llevaba tacos altos, rodete apretado y un taier con camisa de seda. La boluda era miope y no usaba anteojos. Mi vestimenta se debía a visitar tres Editores, con mis cuentos encarpetados. Notable, me trataron bien, más por mi aspecto que por mis trabajos.
   Tres golazos en una tarde. Fui a los de Andrés, lo abracé con desesperación y le di un chuponazo tan profundo, que él fue por más. Ahora vivimos juntos y aprendimos a manejar nuestras propias computadoras.
   Llamé a Fred. Fue un impulso, corté.

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