Me gustaría que en el valle frente a casa colocaran una fuente de yeso cremita con un chorrito de agua y
Blanca Nieves y Los Siete Enanitos haciendo la rueda de la batata alrededor, con una flor en el culo cada uno. Tierra no, porque es sucia. El suelo lo imagino con piedras blancas que cuando sean pisadas echen olor a desodorante de inodoros, tapando las deposiciones caninas. Árboles no, porque le restarían importancia a Blanca Nieves y su margarita del orto.
Los Siete Enanitos temen al árbol. Fueron violados por gnomos vegetarianos que les sellaron los esfínteres con caléndulas. La oscuridad reinante impidió que los agentes del orden advirtieran el ilícito. A Blanca Nieves pudieron verla por alta y blanca. Se pusieron cachondos y abusaron de ella. No hizo la denuncia por temor a que la separen de los Siete Enanitos.
Yo sé que mi sueño se va a cumplir, porque le voy a escribir al Intredente, que era médico de niños y parece un Papá Noel pródigo en ideas infantiles, con juegos de colores o chorros en lagos de caca o paredes color caca con murales muy lindos, hechos por gente que estudió mucho y tiene tralento, se ve.
El día de la inauguración de la fuente del valle de enfrente, me gustaría que viniera todo el Conejo Delirante, con el Impertinente y los Tristesferros, junto a los Lavaedros. Me gustaría que algún milico de mi barrio, que está lleno, me prestara su vieja Itaka y cuando canten el Himno Retencional descerrajarles en estómagos y cabezas, certeros disparos. Que vinieran los perritos sin marca, los que no tienen dueño, ni comida y por fin comieran carne dura, pero carne al fin.
Yo sé que no existe, pero le pido a diosito que me cumpla el sueño. Quiero que él sepa, aunque no exista, que amo la brea y el cemento y odio los sauces, los pinos, las hortensias, las retamas, los aromos, los macachines y todo lo que tenga raíces. Yo de política no entiendo nada, pero esta adamestruación que tenemos nos llena de alegría, sin pedir un centavo a cambio. Las prósperas ideas de progreso con esos edificios impotentes, donde los arquitrectos desafían la imaginación, la inteligencia y el buen gusto natural, que proviene de sus noblezas inhumanas. Dios está en este lugrar, yo no tengo dudas.
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