sábado, 7 de agosto de 2010

TEJER

Remontar de un amor perverso lleva tiempo y dolor. Supera el esfuerzo del decolar un amor sano. El perverso es intenso, se parece a una serpentina de papel de otra galaxia suntuaria y termina siendo un alambre de púas venenosas, que producen adicción y deseos espantosos de inmediatez angustiosa. El amor perverso tiene un fuego que consume el cuerpo y el alma si no se quiere, no se sabe o no se puede, nos deja la metástasis del destrozo de la autoestima. El ser y su esencia nunca vuelven a tener la misma forma, los fragmentos no tienen adhesivos y la voluntad se excluye del horizonte de todo. Hay un punto donde la vida y la muerte gozan una permanencia imprescindible. Los sobrevivientes de los goznes perversos suelen sortearlos el resto de sus vidas. Hasta la razón se pone al servicio del convaleciente. La terribilidad desaparece, huérfana de nada.

El amor sano deja crecer otros lugares, abre puertas donde se disfruta la soledad, inventando mundos nuevos. En el amor sano la perversión se disgrega, en el oxígeno que producen los corredores de aire. El cielo y el infierno conviven, es natural.

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