viernes, 19 de marzo de 2010

Y LOS POLLITOS PÍO

“¿Qué pensás pichón?” Si hay algo que siempre me molestó es la pregunta ¿qué pensás? tan privado, íntimo, interno, cercado, se afecta la pertenencia del uno mismo. Pichón es un olvido cariñoso del nombre de uno, algo peyorativo, si se quiere. Pichón puedo ser yo, él, cualquiera, como si uno fuera todos o nadie.
¡Pichón já! Todo esto pensaba cuando me preguntó.
No sé qué pasó, saltó un resorte de mi cabeza. Le dije que me parecía un asco lo que hacía. Sacarle las plumas a una gallina muerta y no de a una, de a muchas.
Como arrancarle los pelos a un finado. Un acto perverso y cobarde. ¿A que no le preguntó a la gallina qué pensaba? Al finado sería en vano que le preguntara.

Todo esto le dije. Largó la gallina y como estaba de espaldas, se dio vuelta. Me preguntó si estaba loco.
Me paralizó el pensamiento y le contesté que sí. Prosiguió con el lugar común, que no estaba loco, “vos te hacés el loco, Pichón”. Volvió a irritarme lo de “Pichón”, por razones enumeradas con anterioridad.
No sé qué cara puse, pero me preguntó qué pensaba.
Me largué a llorar.

Ella me abrazó y me acarició las mejillas, con manos que olían a gallina muerta. Grité, grité, como loco. Llamó al celador desesperada. Vino el grandote y me llevó al gabinete. No me dieron más permiso para volver a la cocina un rato. Mejor, tenía lindo culo, pero era una gallina vieja y yo, un pichón.

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