Había una secretaria nueva con cara de ardilla y dientes roedores expuestos. Atendía tres consultorios psiquiátricos. Teléfonos, cambios de horarios y pedidos, confección de recetas y complicaciones menores del oficio. Un miércoles Vane amaneció con poderosas anginas, expresión de hondas angustias. Somas impotentes que le impedían asistir a su sesión semanal. Pidió hablar con la Sec y dejar el mensaje de no concurrencia a su Psi. Le respondió una voz de pausas infinitas, vocablos mínimos, confusos y los buenosdías y hastaluego, gracias, se los debió. Vane quedó entre estúpida y en falta. Así se siente un paciente que va a consulta con la estima en baja, como Vane y su idea pendular: “¿Vivo, o mejor no?”.
La actitud fría y lapidaria de la empleada, la consultó con su Psi. Ésta la tranquilizó con gesto de no tener importancia, por la juventud de la ardilla, casi una niña, adujo. Vane, que pensaba hablado, contestó que acordaba con su juventud, pero la boludez no tiene edad, hay niños boludos, jóvenes boludos y viejos boludos. La ardilla era boluda. La Psi y Vane, dejaron el tema ahí. Pasado un tiempo, Vane quedó sin medicación y un tubazo a la sec-ardilla para confección de receta y firma de la profesional. En la tarde fue a retirar la receta y la Secardilla (como optó por llamarle) la miró con ojos de volver de nada y muy suelta de dientes contó que se le había traspapelado y no había nadie en consultorio para sortear el problema.
Vane apretó los puños, los dientes y se le perló la frente, tomó la manito de la ardilla indiferente y una ligera torsión hizo que el animal pusiera dientes de horror, los ojos se le fueron redondos. Vane sintió alivio, pero no el suficiente. Juntó moco de su angina anterior y lo arrojó a la pantalla de la computadora, pasó la manito en torsión por el salivado y le gritó “perra” al oído. Vane salió a la calle y paseó su tristeza por los naranjos. Algo le decía que su tratamiento necesitaría más tiempo que el estimado. Volvió sobre sus pasos, tomó una naranja del piso y la arrojó a la ventana del Psi más antipático que atendía en el lugar. “Ya que estoy la hago completa.” pensó Vane, que era reflexiva por demás y juntó los vidrios, para que no se lastimaran los perritos sin zapatos.
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