Ihua-ken vivía
en la montaña más alta, Cantón n° 523. Quedó huérfano y la aldea asumió la
potestad del niño. Se ponían mesas largas para las fiestas espontáneas, el
campesinado honraba sus cosechas o cambios lunares, cualquier pretexto era bueno
para las fiestas de comer y beber todos juntos. El más consentido era Ihua-ken.
Madres y padres querían verlo contento y si guardaba alguna tristeza, el más
anciano de la aldea se ocupaba dándole consejos sabios. Entrando en la
adolescencia hubo un festejo programado, asistirían unas geishas que deseaban
conocer el lugar de la catarata, que desde su altura caía leve en un inmenso
lago de peces y nenúfares.
Eran jóvenes que
les deslumbraba Pekín, pero todas habían vivido en el Cantón 523 y extrañaban
la aldea. Ihua-ken les hizo de guía, hablaban todo el tiempo y se reían como
pájaros tontos. —Les pido que hagan silencio, Tao tiene sus asentamientos y
prefiere la ausencia de sonidos.
Fue un alivio
para todos que retornaran a Pekín.
Había colchones
de pétalos de durazno, Ihua-ken dormitaba y un pétalo lo despertó, era Lipi,
una chica que siempre lo miraba, él también. Se dieron un beso joven y ella le
habló de su deseo de vivir en Pekín, le atraían las luces de artificio, los
boliches bailables y patinar sobre hielo. Ihua-ken quiso hacer realidad el
sueño de Lipi. Madres y padres lloraban durante el casamiento taoísta. La
lejanía de aquel niño de todos, les rompió el corazón.
Ihua-ken soñaba
su aldea, la catarata masajeando sus talones.
Soy fotógrafa de
National Geographic y conocí a Ihua-ken en China, fue una de mis fotos
preferidas. Cuando regresé a Argentina lo vi, en la caja del supermercado invité a él y su esposa a
comer a casa. Él sólo tomó un vaso de agua, se sentó al borde del estanque mirando
el árbol de nísperos. Mientras Lipi comía chinchulines y se atosigaba con papas
fritas. Ihua-kin decía —Deberás cortar las ramas internas del níspero, así entrará
el sol y los frutos serán más grandes, con sabor a Tao.
Tenía en sus
ojos la aldea. El supermercado era su medio de vida, o como decía él —Es mi
media vida.
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