Nos casamos algo
apresurados. Era un ser humano entero, de sentimientos leales. Teníamos
similitudes en los gustos de libros, música, películas y amistades en común,
nada comunes. A los seis meses de estar juntos, un rayo de sol le iluminó un
ojo, tenía planetas oscuros, mínimos, que le ocupaban el malva del iris,
descubrí uno negro y profundo, se veía un mimo, con un látigo, que sonreía.
—¿Sabés que
tenés en el ojo derecho un mimo que sonríe desde un microplaneta?
Suprimí el
elemento látigo. —Esa es tu imaginación, o un poema breve para mí.
Le contesté que
mitad y mitad. Nos fuimos a dormir. Yo iba al trabajo más tarde que él. Salía
con los ojos pegados y los objetos juntados de memoria. Cuando volví a buscar
las llaves que había olvidado, miré la cama, había manchas de sangre, manojos
de mi pelo y arañazos en las paredes. Raro, esa noche no hubo más relación
entre nosotros que dormir. Toqué mi cuello y salía sangre, mordiscos en las
piernas, en lo tobillos y tres latigazos en mis mejillas. Hice apósitos para
cada herida. Cambié mi ropa por un pullover de cuello alto de tres vueltas y
pantalones holgados, porque dolía. Pedí permiso y salí antes. La cama tenía
sábanas limpias, los acolchados ni una mácula. El piso encerado y la comida lista.
Acerqué mi cara para darle un beso.
La luz de la
mesa permitió que viera las manchitas negras, estaba el mimo con la boca
abierta, como si hubiera comido remolacha. —¿Me alcanzás las gotas de los
ojos?, me arden, están enrojecidos.
Él era médico, le
mostré mis heridas, suturó alguna y cambió las vendas. Me daba un beso en cada
una. A la semana sucedió de nuevo. No fui a trabajar, parecía molida a palos. —Hey!
Qué hacés tan temprano?
No le contesté,
lo llevé a la luz y desde el microagujero el mimo, con cara de odio, llevaba un
palo en sus manos. Preparé un bolso con lo elemental. No lo saludé.
Tomé un taxi
hasta una guardia, le pedí a la enfermera alguien que me cure ese desastre.
Vino un cirujano vestido de cirujano, le conté todo porque no daba más, se lo
tenía que decir a alguien, aunque pensara que estaba loca, en la parte del
enano se reía. Terminado el trabajo se quitó de una vez el gorro y la
mascarilla quirúrgica.
—¡Sorpresa! Soy yo,
tontita. Mirame el ojo.
El mimo le
ocupaba todo el ojo y me saludaba con cariño.
Le arranqué el
ojo con mis propias uñas, cayó al piso. Desde el agujero salió un mimo seductor
que se introdujo en mi ojo y le hacía fuck you al que yacía en el piso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario