Cuando la carpa
se hizo girones, se mudaron a una cueva de piedra a orillas del mar, se
alimentaban de la pesca y un campesino que bajaba de un morro, donde sólo él
sabía cómo acceder, les dejaba cachos de banana de regalo, la pareja de
adolescentes era feliz, hasta que se convirtieron en una atracción turística.
Despertaban curiosidad, ambos dejaron que sus pelos crecieran, les daba abrigo
durante los meses del corto invierno.
A ella le creció
la panza, justa cuando el mar subía al anochecer, hacían fogatas para combatir
el frío más grande que los fuegos. Hubo vecinos que llamaron a la policía,
debían sacarlos de allí.
Su amigo
bananero se enteró antes que nadie y pasó a buscarlos, en burro, la chica iba
en el animal y ellos dos caminaban. Les tomó tres horas llegar a la casa del
hombre bueno. El camino serpenteaba. Con razón estaba lleno de serpientes. La
esposa del bananero cubrió a la chica y la entró a una casa de treinta ventanas.
Las mujeres durmieron solas, empezaron las contracciones.
Vinieron ambos
hombres y ayudaron en esos menesteres.
Al segundo pujo
salió un bebé tan bello como sus padres. La señora bananera, le cortó el pelo a
toda la familia, incluso al niñito. —Les damos el burro para que bajen cómodos,
después se me vuelven a Buenos Aires, ya se divirtieron bastante.
Fue en la Nochebuena.
Él se llamaba José, ella María y el bebé Jesús.
Parecían una
estampita de abuela
Los locos
llegaron a Manaos, luego los vieron en un brazo del Amazonas, luego convivieron
con una tribu, luego, no hubo más luegos. 
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