En el escritorio hay pilas de libros, no
los ordeno porque después los tengo que apilar de nuevo. Tengo carteles con
frases polenta en las paredes que rodean el escritorio. Excedido en cuadernos
escritos, hojas sueltas con poemas breves cenicero ceniza humo puchos. Planos
caseros. Futuras reformas. Papelitos rotos con una palabra y su significado.
Los libros se mudaron al piso, mis
cuadernos al altillo, el escritorio creció en papeles con números, cuadernos
con gastos, carpetas con resúmenes de cuentas. Desaparecieron los carteles de
frases y sus lugares fueron ocupados por vencimientos, cobros, pagos. Algunos despertaban con la sensación de vivir
en una pesadilla, superior a la que estaban soñando.
Y yo, desde este lado, prisionero de
otro tiempo.
Pude vender el escritorio que fabricó el
padre de Favaloro, excelente ebanista.
No hay nada sobre él, hasta los
cajoncitos hacen ruido porque se sienten solos. La casa está vacía y yo aquí en
la silla, con un pasaje, miré la hora y escuché el taxi. Antes de subir pensé
en el escritorio. Sabe cosas íntimas como cuando tía Clara y mi padre...de eso
no voy a contar nada. El nuevo dueño me preguntó si era fuerte. ¡Cómo no iba a
ser fuerte con la cantidad de vida que tuvo encima!

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