Espió por el ojo
de la cerradura, no lo conocía, era un ladrón, si a ella no la visitaba nadie.
Si no le abro me rompe la puerta y es nueva. Es lo único nuevo de la casa. Lo
hizo pasar —Sos un ladrón, a pesar de mis noventa y ocho años, te parto este jarrón
en la cabeza.
Y se lo partió,
se alegró, porque fue regalo de su suegra.
Siguió con palos
de golf sobre la espalda, encontró un martillo y le partió los dedos de los
pies, con una maza le rompió las rodillas. El ladrón intentaba explicar. —No me
dirijas la palabra, delincuente perverso.
El hombre
trataba de incorporarse tomado de la puerta —Ah, me querés robar la puerta que
me mandó a hacer mi sobrino, por seguridad ¡Oh, qué seguridad!, una puerta.
La de latón era
lindísima, ahora tener que limpiar toda esta sangre, a mi edad.
Ahí lo veo que
se va, en cuatro patas, ya va por mitad de cuadra, suena el teléfono —Sí, soy
yo, no sabés sobrino, gracias a tu puerta nueva, lo que me paso. No te
preocupes, al tipo lo hice picadillo…
Escuchó la voz
enojada del sobrino —Tía, me volvés loco!, el Sr que te visitó hoy, es el que
se encargó de hacer la puerta, con blindaje escondido, hoy te llevaba las
cerraduras de seguridad ¿Qué le digo yo al tipo, ahora? ¿Qué le digo?? ¿Eeh?
La tía respondió
en voz alta —Decile que las puertas que hace son una mierda, cualquier ladrón
entra como pancho por su casa. Traé la de latón, esa no falló nunca.
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