martes, 28 de febrero de 2017

METRÓNOMO


   Hacía dos días que escuchaba sonidos como de ratas pichonas, me preocupaba, no sé por qué, pero me preocupaba.
Recorrí todos los pisos, el ascensor llegó al subsuelo. En un rincón encontré dos bebés llorando desconsolados. Resolví llevarlos a mi depto. Eran iguales, un bebé y una beba. Recién nacidos. Hice lo que vi hacer a Mamá con los bebés que le caían año por medio. Mi vecina se ofreció a cuidarlos mientras yo compraba la ropa para ambos, los pañales y la leche materna. Conseguí una cuna doble, antigua y un cochecito armatoste. Llegar y ver dormidos a Luli y Tupac, fue como si alguien quisiera borrar mi vida infeliz y ermitaña, con dos pequeños hijos. Así los consideré siempre. Obtuve la tenencia definitiva y les inventé un padre alemán loco, que huyó. Me familiaricé con los perfumes de bebé, el olor de los juguetes, la blandura de los crayones. Luego pasé al olor de los cuadernos nuevos, los libros. Se hicieron grandes y sus cabecitas eligieron Tecnología, todo era tecno, hasta la música. Un día se fueron, Luli a estudiar al sur y Tupac al norte.
   Volví a sufrir como cuando sufría. Era el metrónomo de mis hijos. Con mi vecina nos hicimos amigas, ella también tenía un hijo en el extranjero. Hacíamos visitas juntas a todos los chicos que nos abrazaban como osos.
    En uno de esos viajes, conocimos dos Sres de edad meridiana. Hicimos pareja, vivíamos en el mismo edificio. Una mañana de invierno, cuando escuchamos sonidos como de ratas pichonas, me latió el corazón de impotencia. Mi amiga dijo —Yo no sé, este Consorcio, nos arrancan la cabeza y nadie se hace cargo de las ratas. 
                                                            

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