miércoles, 1 de marzo de 2017

JORGE LUIS, EL GRANDE


   Qué vergüenza me dio cuando me invitó a tomar café con Ud, yo tendría ocho, me ayudó cuando se metió mi trenza en la taza.
   Sabía que estaba con un grosso, porque la gente nos miraba. Unos años más tarde me presenté en su casa sin avisar. Seguía pensando que había equivocado su profesión, lo imaginaba músico o pintor o alquimista.
   Quería que me explicara el Aleph, para presentarme en un examen. Ese cuento sólo me llevó tres lecturas y algunos diccionarios. Cuando empecé a escribir lo elegí como escritor musa, sus palabras maestro, tienen música, son pinturas vanguardistas y el alquimista se disgrega en toda la magia de su obra. Algunas son aburridas, se lo digo con cara al cielo, porque allí debe estar.
   Sucede que las cosas cambiaron, ahora hay gente apurada de cuerpo y lenta de cabeza. Conocer su nombre ¿quién no?, pero ignoran el sentido de sus palabras, las historias, que a veces tramoyan situaciones que se ven afectadas por la cantidad de nombres que en ocasiones complican, pero son inexorables, únicas. Quiero saber, quiero entender y quiero disfrutarlo. Borges, Ud perdurará aunque no esté entre nosotros, pero ha dejado una herencia que lo valida para siempre, siempre. Cuando de noche pienso, para eso se hizo la noche, se mezcla el finado Francisco Rinal con Nicolás Paredes o El muerto, con el Evangelio según San Marcos. Igual quédese tranquilo, porque asisto a un taller donde la Profesora tiene tanta adicción a su lectura que llega a verlo en cuatro dimensiones.
   En cuanto a su vida privada, es privada, supo defenderla como nadie, lo único cierto es que Ud echó palabras fértiles que dieron frutos en todo el mundo. Borges, ya escribió, ahora que sigan otros. En cuanto a mi desagrado por la japonesa, prefiero pensar que hizo lo que pudo. Y tener un compañero como Ud debe ser bravo. Y envidiable, claro… 
                                                              

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