Qué vergüenza me
dio cuando me invitó a tomar café con Ud, yo tendría ocho, me ayudó cuando se
metió mi trenza en la taza.
Sabía que estaba
con un grosso, porque la gente nos miraba. Unos años más tarde me presenté en
su casa sin avisar. Seguía pensando que había equivocado su profesión, lo
imaginaba músico o pintor o alquimista.
Quería que me
explicara el Aleph, para presentarme en un examen. Ese cuento sólo me llevó
tres lecturas y algunos diccionarios. Cuando empecé a escribir lo elegí como
escritor musa, sus palabras maestro, tienen música, son pinturas vanguardistas
y el alquimista se disgrega en toda la magia de su obra. Algunas son aburridas,
se lo digo con cara al cielo, porque allí debe estar.
Sucede que las
cosas cambiaron, ahora hay gente apurada de cuerpo y lenta de cabeza. Conocer
su nombre ¿quién no?, pero ignoran el sentido de sus palabras, las historias,
que a veces tramoyan situaciones que se ven afectadas por la cantidad de
nombres que en ocasiones complican, pero son inexorables, únicas. Quiero saber,
quiero entender y quiero disfrutarlo. Borges, Ud perdurará aunque no esté entre
nosotros, pero ha dejado una herencia que lo valida para siempre, siempre. Cuando
de noche pienso, para eso se hizo la noche, se mezcla el finado Francisco Rinal
con Nicolás Paredes o El muerto, con el Evangelio según San Marcos. Igual
quédese tranquilo, porque asisto a un taller donde la Profesora tiene tanta
adicción a su lectura que llega a verlo en cuatro dimensiones.
En cuanto a su
vida privada, es privada, supo defenderla como nadie, lo único cierto es que Ud
echó palabras fértiles que dieron frutos en todo el mundo. Borges, ya escribió,
ahora que sigan otros. En cuanto a mi desagrado por la japonesa, prefiero
pensar que hizo lo que pudo. Y tener un compañero como Ud debe ser bravo. Y
envidiable, claro… 
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