—Yo te dibujo,
si dejás la vergüenza a un lado, lográs la blandura que quiero para esta
pintura.
Ella seguía
envuelta en tres acolchados.
—A usted le
interesa su pintura, a mí me interesa que me pague. Estar recostada seis horas,
sin mover un dedo, es agobiante. No puedo dejar la vergüenza, porque es mía, si
me triplica el pago poso desnuda.
Él sonreía tras
el atril —Para mí sos un objeto que yo quiero humanizar en esta tela.
Ella le
obedeció, comenzaba su trabajo, pensó en lo injusto de ser un objeto para él. Un
instrumento sin sonido, una no mujer.
Esta vez lo miró
y le habló con los ojos “Soy hermosa, usted lo sabe y ahora se lo hago sentir,
si logro un beso ausente”
—No haga gestos,
quiero la cara lisa, la mandíbula caída y la mirada perdida lejos, no me mires
¿Se entiende? Exijo de vos una postura que no quiera nada, porque sos nadie.
“Este idiota no
sabe lo que dice, lo voy a…lo voy a…, no sé, algo. Ahora necesito el dinero, no
me voy a brotar con lo que pienso de él”.
—Te moviste de nuevo, así no puedo, se esfuma
mi concentración, no va, así no, vení que te pago.
Mientras ella se
vestía escuchó la voz de soprano de su amo. —Sos muy linda, hermosa, armónica,
expresiva e inteligente, pero no me servís. Escuchó los elogios y sintió su
autoestima en reparaciones.
Cuando concluyó su
“No me servís” y luego
—¿No tendrás alguna amiga para reemplazarte? Fijate que
tenga un cuerpo similar al tuyo.
Mientras él
limpiaba sus pinceles, ella tomó una tijera y cortó la tela en tres triángulos
equiláteros. Los arrancó del bastidor, hizo un bollo, aprovechó la boca abierta
permanente de él y le metió el bollo hasta el esófago. Bien, bien adentro. 
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