Lo torturaron
hasta que el sospechoso no sentía ni los golpes. Los malchicos avisaron a su
jefe que el tipo era un petimetre al servicio de sí mismo. Les contó de
entrada, era una Reflex en excelente estado, la encontró en un banco de plaza y
se la llevó. —Entonces la robó.–Dijo
el Jefe que tenía cara de injusticia-.
—No fue robo,
porque la cámara estaba sola, con aspecto de desamparo. Me dio lástima, la
levanté porque soy fotógrafo, además, General, recuerde que yo fui el que tomó
el retrato cuando lo ascendieron.
El Jefe lo dejó
ir, hinchado de orgullo, aunque sea uno había reparado en su nombramiento. Kodak soportó
aquella humillación, entendió que él se iba y los malchicos se quedaban en esa comisaría
mugrienta.
Kodak tomó fotos
de hojas de otoño, de baldosas faltantes, del Señor de los tres bastones. Subió
a un micro, sacó caras de niños “No quiero ir a la Escuela”, ancianas que nadie
les cedía el asiento, adolescentes con rastas de acero y dos culitos dignos de
una foto. Kodak fue a su laboratorio personal y tuvo revelaciones que
aumentaron su autoestima. Cada foto hablaba del momento preciso del disparo.
Logró captar la esencia de cada personaje, hasta las baldosas faltantes decían
y eso que las baldosas no hablan. Presentó sus trabajos en el Palacio
Municipal. Los asistentes, caretas en su mayoría, lo felicitaron después que
ganó el Primer Premio. El jurado lo conformaron doce personas de nacionalidades
diversas. Tuvo que extender la mano al Intredente y los Conejales, le dio
asquito. Pero lo que vino después, le hizo olvidar esas nimiedades.
Fue convocado a presentaciones en Alemania,
Francia, Bélgica, Emiratos Árabes, Noruega, Perú y Ensenada. Vendió todas sus
fotos, con las ganancias abrió una Escuela de Fotografía para personas de pocos
recursos, exclusivamente. A los malchicos canas, les mandó cuarenta cajas de
pizza. Tomó una foto con gran angular de los ciento veinte Policías haciéndole
la venia a las pizzas. La miró con melancolía, desde Polinesia, donde vivía,
recordó su País tan gris, tan cruel, tan nada que la melancolía se le fue a la
mierda.
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