martes, 7 de marzo de 2017

KODAK


   Lo torturaron hasta que el sospechoso no sentía ni los golpes. Los malchicos avisaron a su jefe que el tipo era un petimetre al servicio de sí mismo. Les contó de entrada, era una Reflex en excelente estado, la encontró en un banco de plaza y se la llevó. —Entonces la robó.–Dijo el Jefe que tenía cara de injusticia-.
   —No fue robo, porque la cámara estaba sola, con aspecto de desamparo. Me dio lástima, la levanté porque soy fotógrafo, además, General, recuerde que yo fui el que tomó el retrato cuando lo ascendieron.
   El Jefe lo dejó ir, hinchado de orgullo, aunque sea uno había  reparado en su nombramiento. Kodak soportó aquella humillación, entendió que él se iba y los malchicos se quedaban en esa comisaría mugrienta.
   Kodak tomó fotos de hojas de otoño, de baldosas faltantes, del Señor de los tres bastones. Subió a un micro, sacó caras de niños “No quiero ir a la Escuela”, ancianas que nadie les cedía el asiento, adolescentes con rastas de acero y dos culitos dignos de una foto. Kodak fue a su laboratorio personal y tuvo revelaciones que aumentaron su autoestima. Cada foto hablaba del momento preciso del disparo. Logró captar la esencia de cada personaje, hasta las baldosas faltantes decían y eso que las baldosas no hablan. Presentó sus trabajos en el Palacio Municipal. Los asistentes, caretas en su mayoría, lo felicitaron después que ganó el Primer Premio. El jurado lo conformaron doce personas de nacionalidades diversas. Tuvo que extender la mano al Intredente y los Conejales, le dio asquito. Pero lo que vino después, le hizo olvidar esas nimiedades.
    Fue convocado a presentaciones en Alemania, Francia, Bélgica, Emiratos Árabes, Noruega, Perú y Ensenada. Vendió todas sus fotos, con las ganancias abrió una Escuela de Fotografía para personas de pocos recursos, exclusivamente. A los malchicos canas, les mandó cuarenta cajas de pizza. Tomó una foto con gran angular de los ciento veinte Policías haciéndole la venia a las pizzas. La miró con melancolía, desde Polinesia, donde vivía, recordó su País tan gris, tan cruel, tan nada que la melancolía se le fue a la mierda.
                                                 

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