La casa estaba en Adrogué. Luego de ser un lugar codiciado por el buen aire y la altura mayor que otras ciudades, familias ricas se asentaron allí.
Había quintas,
jardines arbolados y silencio de campo. Los años transcurridos se cubrieron de
casa humildes. La flias pudientes abandonaron sus lujosas viviendas, hasta
quedar derruídas, cubiertas de enredaderas.
Una flia de tres
hermanas, Socorro, Angustias y Dolores, vivían en su casona de nacimiento.
La gente de
Adrogué, deliraba que la enorme casa estaba embrujada. Algunos la tomaron como
lugar turístico.
—Chicas, tenemos
que hacer algo, como un ingreso adicional.-Dijo Socorro, la más sensata, la que
se ocupaba de las sumatorias de gastos, que no cerraban-.
Angustias y
Dolores pensaron en la torre superior, equivalente a una minicasa —Podríamos
alquilarla, es un espacio que habitan arañas, murciélagos y ratas. Tiramos
venenos, pintamos de blanco. Le ponemos un cartel “Se alquila”.
Socorro advirtió
que debían agregar “Para una sola persona”. A la semana del cartel, apareció un
hombre de edad indefinida.
—Me gustaría
vivir en la torre, es tan…es tan…que enamora.
Las tres
pensaron en algo subyacente, Isaías estaba enamorado de alguna de las tres.
Tanta soledad les despertaba fantasías. Esa noche, previo pago mensual, durmió
en la torre, que olía a madreselvas y robles. Isaías era bajo de estatura.
Cuando miró el techo con vigas, pensó en colgar su vieja soga marinera, para crecer
unos treinta o cuarenta cm. Permanecía colgado algunas horas por día.
La tarde era
ideal para hacer un paseo, Dolores lo invitó —Creo que necesita caminar,
Isaías, bajemos juntos y me cuenta algo de su vida, no podré retribuirle porque
a mí en la vida, nunca me pasó nada.
Las otras
hermanas ocultaron su disgusto, el
descaro de Dolores era una imprudencia. Isaías, para ser gentil, salía por las
tardes con alguna del trío.
En un mes
aumentó diez cm, pagaba el alquiler con gusto, parecía que la casa estaba
embrujada y traía suerte. El segundo mes, colgado, casi llegó al piso. Invitó a
las tres a comer afuera, un restorán pichirri, pero todo era rico. Socorro le
cortó la carne, porque los brazos de Isaías apenas podían abrir un picaporte.
Al tercer mes empezó con su rutina, llegó a sus tan deseados cuarenta cm de
elongación. Hizo algún artilugio extraño y la soga le rodeó el cuello. El piso
comenzó a ceder. Las hermanas desayunaban en la mesa redonda del comedor.
Isaías cayó perpendicular a la mesa y la
atravesó. Se ahorcó sin querer. Todas pensaron que fue suicidio y así lo dieron
a conocer.
Angustias
declaró que Isaías se suicidó por no saber con cuál de las hermanas quedarse.
Pintaron la
casa, tapizaron sillas y sillones. La
transformaron en lugar de visitas. Mil dólares, el recorrido completo y como souvenir
el retrato de Isaías colgando. A todos les resultó un objeto embrujado y
perverso. Lo arrojaban por las ventanillas de los autos. Las tres soñaban con
Isaías vivo, muerto de amor por todas. Despertaban con ojos entornados y
sonrisas felices.
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