viernes, 17 de marzo de 2017

EL FIN DEL PRINCIPIO


   —La hice con mis manos, respondiendo a la casa de tus sueños, querías escaleras, un mirador, una habitación cerrada sin puertas ni ventanas, decías que era imprescindible un espacio vacío, eludir cualquier intromisión que existiera y nadie supiera la razón, el secreto que hasta vos ignorabas.
   Ruth le habló de espaldas, —Pasaron cinco años, pienso diferente, hasta mis secretos van tan rápido, que termino por olvidarlos.
   El constructor miraba la obra terminada, sus manos callosas ásperas, cicatrices, raspones, dedos machacados. Ruth merecía esas improntas, le salvó la vida en oportunidades, lo crió y le enseñó. Ella dijo que esa casa no era para ella.
   Se avecinaban ataques nucleares, había que protegerse de los nucléolos o buscarían amparo en su casa. Ella no podría negarse, vería tal horror en los ojos de ellos, que los dejaría entrar. Para que descansen sus núcleos y después, que salieran a librar sus batallas. —Vos sabés, estoy segura. Quiero una casa soterrada, cuatro metros bajo tierra y una ventana con vidrios antimisiles. Poder mirar cuando lleguen y socializar con la idea del exterminio. Vos sabés, estoy segura, quiero estar presente en el final.
   —Lo que quieras, como quieras, cuando quieras, Ruthy.
   Así lo hizo, por ella, no por sus pronósticos tanáticos.
   Bajaron juntos, le pidió quedarse, Ruth dijo un sí instantáneo. Ninguno habló, pero los temblores iban en aumento. La vieron, una nave se dirigió a la ventana para atravesarla.
   Él le puso la pastilla a Ruth, ella hizo igual con él.
                                                    

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