domingo, 26 de marzo de 2017

(QUE NO SE DIVULGUE)


   Noté que su abdomen aumentaba de volumen, le servía en platos de postre, por su panza. Tomaba birra el día entero, puede ser un dato, los que toman mucha aumentan sus panzas. Lo de Mario fue un enorme sufrimiento. El secreto lo guardamos entre los tres, el médico, Mario y yo.
   Parece de mi invención, pero “también la verdad se inventa” dijo un famoso.
   Mario estaba de seis meses, el feto habitaba el estómago de Mario. Le hicimos ecografías, donde se vislumbraba un bebé que se movía igual a Mario. La frecuencia de las ecos, terminaron por hacernos amigos. Tenía unos testículos enormes. Yo lo hacía comer frutas, lácteos, agua, mucha agua, vegetales de cortes mínimos.
   Si el crecimiento de Benito, así lo llamamos, transcurría en el estómago, era mejor que se alimentara con alimentos de digestión rápida.
   No quise que Benito tuviera su desarrollo entre mierda del intestino grueso y el fino. Como útero, era un lugar séptico. El parto tuvo sus dificultades. Mario rompió bolsa por el ano y por ese deplorable lugar pasó nuestro Benito, salió al mundo untado con puré de manzana, zapallo naranja y hojas de espinaca. No tenía ni media gota de mierda. Hicieron unos implantes en las tetillas de Mario, para que Benito tomara teta. La historia quedó entre el médico, Mario y yo. —Qué regio te quedó el cuerpo después del parto. – Eso me dicen-.
   Mario no se levanta de su sillón ni para saludar.
   Es comprensible, no debe ser grato parir por el culo.  
                                                                   

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