Noté que su
abdomen aumentaba de volumen, le servía en platos de postre, por su panza.
Tomaba birra el día entero, puede ser un dato, los que toman mucha aumentan sus
panzas. Lo de Mario fue un enorme sufrimiento. El secreto lo guardamos entre
los tres, el médico, Mario y yo.
Parece de mi
invención, pero “también la verdad se inventa” dijo un famoso.
Mario estaba de
seis meses, el feto habitaba el estómago de Mario. Le hicimos ecografías, donde
se vislumbraba un bebé que se movía igual a Mario. La frecuencia de las ecos,
terminaron por hacernos amigos. Tenía unos testículos enormes. Yo lo hacía
comer frutas, lácteos, agua, mucha agua, vegetales de cortes mínimos.
Si el crecimiento
de Benito, así lo llamamos, transcurría en el estómago, era mejor que se
alimentara con alimentos de digestión rápida.
No quise que
Benito tuviera su desarrollo entre mierda del intestino grueso y el fino. Como
útero, era un lugar séptico. El parto tuvo sus dificultades. Mario rompió bolsa
por el ano y por ese deplorable lugar pasó nuestro Benito, salió al mundo
untado con puré de manzana, zapallo naranja y hojas de espinaca. No tenía ni
media gota de mierda. Hicieron unos implantes en las tetillas de Mario, para
que Benito tomara teta. La historia quedó entre el médico, Mario y yo. —Qué
regio te quedó el cuerpo después del parto. – Eso me dicen-.
Mario no se
levanta de su sillón ni para saludar.
Es comprensible,
no debe ser grato parir por el culo. 
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