Fue levantarme
de la cama y me tropecé la atmósfera, 40°C, no hacía calor, hacía fuego. Me
emocionó el zorzal, batiendo agua de su bebedero. Tenía que salir, super,
verdu, y farma. El vecino, que es un santo, me llevó al pueblo. El auto tenía aire
condicionante y botellitas de agua helada. Me emocionó el vecino. Le señalé una
esquina y salí del aire frío, del agua fría. Todos los rayos del sol convergían
en mis ojos, a diez pasos arrastrados, entré en el super. Un chico me abrió la
puerta y con una sonrisa franca —Yo te ayudo, vos me decís lo que querés,
después de pasar por la caja, llevo todo al auto.
—Yo no tengo
auto. –Le dije-. —Yo sí. –Y sonrió
franco-.
Me emocionó. La
verdu a la vuelta, fui pegada de costado en los 50 centímetros de sombra que
había. La fruta parecía licuada, las bananas entreabiertas, con mosquitas y mis
amadas paltas olían a cera de oreja. Me dieron náuseas “ya” y vomité los
cajones. Los dueños, muy amables, me condujeron a la farma, pedí perdón —No te
preocupés, piba, está todo medio podrido, si no se vende nada.
Me emocioné.
Compré medicamentos y…bueh, no importa. El Bar quedaba al lado, íbamos por 43°,
a pesar de las náuseas no pude resistirme a mi cafesiosidad genética, no había
nadie, amo la soledad. Me emocioné. Había olvidado la prioridad, fui al baño y
usé el aparato que según el color, sabés. Quedé pasmada, estaba pregnant. Me
emocioné.
Pedí un remisse
hasta la casa de mi vecino. Toqué mil timbres, atendió envuelto en tohallas mojadas.
—Hola, amigo! Te
llamo así porque ignoro tu nombre.
Nos pusimos
debajo del aire condicionante. Se lo dije de una.
—Estoy pregnant
y es tuyo, porque sos con la única persona que lo hice,…vos dirás.
Puso la misma
sonrisa franca que el chico del supermercado, me invitó a sentarme en su sofá. Y
dijo…, no importa lo que dijo. Me emocionó. 
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