El muro de los
lamentos. Gris frío del lado del viento, a veces no hay viento. Una vez por mes
nos encontramos, hay un señor que siempre es el primero, dice que se levanta a
las cuatro, toma unos mates y llega a las siete de la mañana. Hay quien viene a
las ocho, entre ellos estamos nosotros. Nos conocemos de la fila, somos
solidarios por dos horas, aunque sea. La gente dice por boca de otro que dijo.
Hay creativos que con dos palabras describen su vida, como para que uno
pregunte y el tipo empieza la historia
desde su nacimiento en Vela. Es interrumpido por alguien que dice haber vivido,
para la misma época y en el mismo lugar. Hasta las diez que abren, sobra el
tiempo o no alcanza, según quiénes haya. Había un señor, con su señora, que no
tenían ningún diente. Cuando se reían, uno se enteraba. Les ofrecí mis
servicios y aceptaron con la inmediatez del que necesita.
La mujer era chilena
y sufrió los embates del dictador Pinochet. Fue torturada, pertenecía al grupo “Acción
por la Revolución”. No me contó más, dijo que le dolía el alma.
Se abrió el BANCO
NACIÓN, la puerta semicircular imitando el bronce de las caras de los
empleados.
Entramos de uno
en uno, nos dieron un número, seríamos llamados. Perdí a mis amigos
circunstanciales.
Si nos
encontrábamos a la salida, nos dábamos la mano. Excepto la Señora Chilena, que
la abracé y le grité cuando se iba:
—¡Viva Chile, Mierda!
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