martes, 24 de mayo de 2016

FINANZAS



El espejo le devolvía una anciana de pelo blanco y ojos licuados. Se coronó con un sombrero de astrakán y un sobretodo de la misma piel. Cumplió noventaytrés y se regaló ir al banco sola. Sin su acompañante hija y sus satélites nietos, vaya a saber quiénes, Adelina olvidó los parentescos. Hacía mucho que vivía de recordar, por eso le costaba llevar tanto nombre nuevo en la cabeza.
Cuando hacía la cola, contaba los que faltaban para llegar a ventanilla. Tenía la columna destruida por la espera. Cuando estuvo frente al cajero extendió su documento e infinidad de papeles que ella ordenó prolijamente. Le pagaron de inmediato, Adelina volvió a contar los billetes frente al cajero, abrió su cartera y los acomodó de mayor a menor. Juntó sus papeles y le pidió al empleado que los abrochara. Hasta no terminar con el orden de su cartera, Adelina, no se movió de la ventanilla. Le costaba desplazarse, los bastones fueron usados para abrirse paso entre tantas personas. Le pegó en la cabeza a un niño, de unos ocho años, nadie más que Adelina lo notó y el niño, que lloraba. Niños de esa edad que ligan bastonazos hay miles, uno más no era nada, pensó Adelina, cuando alguien la empujó a la giratoria. La mitad del tapado quedó atascada entre la puerta y la calle. Los caminos eran dos, o partir la piel y salir con un agujero, quien sabe de qué diámetro. Eligió lo otro, se quitó el abrigo y lo dejó ahí en la puerta, que giraba y giraba sobre un caniche muerto hacía tiempo.
Cuando Adelina se acomodó el sombrero dos chicos le arrebataron la cartera. Se acercó a un agente del orden y le explicó lo sucedido. El agente ni escuchó, le pidió un taxi, la ayudó a subir y le alcanzó los bastones. Adelina, cuando recibió el segundo bastón, lo impulsó con ambas manos sobre la garganta del agente. El tachero miraba por el espejo retrovisor, le preguntó su domicilio y salió a mil.
Interminables preguntas de su confusión de parientes,“—¿Y el otro bastón? ¿Y el saco de piel? ¿Y la cartera? ¿Y los documentos? ¿Y el dinero?” Adelina no contestó nada, estaba tan contenta: hizo el trámite sola. Le salió impecable, el resto fue ajeno a su voluntad. Tomó la sopa y se encerró en su cuarto. Prendió la tele y buscó desesperada los canales de noticias, el tipo del bastón atravesado tenía que salir. Después de ochenta y cuatro propagandas del gobierno, apareció él. Se dio cuenta por el uniforme y el cuello. La ambulancia llegó tarde. Una pena, pensó Adelina, apagó y se durmió.
                                                                

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