lunes, 16 de mayo de 2016

SEMÁFOROS

                                                                         
   Anduve por la vida con viento en contra, alguna vez no, pero eso no lo recuerdo. Mis padres me dejaron sin padres, me criaron mis abuelos, o me soportaban, no sé bien, las maestras no me querían por llegar al resultado correcto, pero por otro camino.
   Me regalaron una bicicleta. Antes de llegar a la esquina, vi un mueble en la vereda, largué los manubrios y me tapé los ojos. Mueble roto, hombro roto. No me gustan las bicicletas. Me trasladaron del trabajo, a un edificio contra las vías. Se presentó uno para llevarme de vuelta, en moto, con el viento en contra me dejó en casa, dio una vuelta y gritó —Mañana te paso a buscar.
   Le hice una seña indiferente. Me enteré que era mi inmediato superior, anoche pensé en el abrazo que se da al que conduce, ahí te da calor en el pecho y el viento en contra no entra. Cambió la moto por un vehículo de los blancos, ni bien subí me hizo poner doble cinturón de seguridad, iba a tanta velocidad como para pasar seis semáforos en rojo.
   Lo trataba de usted, no por respeto sino para poner una distancia.
   —No sé si se dio cuenta que pasó seis semáforos en rojo.
   Puse voz de tonta. El muy caradura dijo que fue para desayunar juntos, antes de entrar al laburo, salí de la camioneta como expulsada.
   Antes de los buenos días pedí una reunión inmediata con un oficial. Hice la denuncia de los semáforos, y le sumé acoso laboral. Al día siguiente, el tipo ocupó su lugar de siempre y me guiñó un ojo.

   Presenté mi renuncia, dejé el arma y el odioso uniforme. Cuando salí había viento en contra.  No me molestó, barría la historia de los azules y su maldita adicción a la pizza. No me gusta la pizza.  
                                                                  

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