domingo, 2 de diciembre de 2018

GAJOS DE OFICIO



   De día no se me ocurre nada, le doy de comer al gato, miro qué pájaros hay en el jardín, si crecieron los tomates, los cebollines y el orégano. Es mi alimento básico. Tomo un café negro y fumo un pucho rubio. El cuento que terminé anoche me pareció genial y dormí contento. Ahora lo releo, es un mamarracho, tiene faltas de ortografía, tachaduras mil. Parece un tobogán. El principio es inquietante, en la mitad se corta el hilo y lo recupero con un final pura verdura.
   Se hizo de noche. Hay un material que me gustaría desarrollar para un cuento nuevo. Comienzo con alguna dificultad, luego el personaje me atrapa y es quien decide lo que viene, el tipo es un escritor que duerme de día y escribe de noche.
   Fue premiado en incontables concursos locales e internacionales, se pagaba los viajes para asistir a recibir sus premios. Casi siempre eran estatuillas de yeso pintado, lapiceras sin tinta, escuditos. Él pensaba que los premios eran un bodrio. Un día decidió no presentarse más a ningún concurso, para gente chata ya se tenía a sí mismo. Bueno el cuento, muy bueno.
   Me transformé en escritor y escribía casi doce horas por día. Dejé el baño diario, me hacía perder tiempo. Eran notables mis uñas largas y negras, el alicate lleva su tiempo. Tiré al basurín el peine, para que los pelos se me pararan y oxigenaran mi cerebro.
   Visité una editorial prestigiosa. Las secretarias, asustadas, llamaron al editor. Me miró de arriba abajo y dijo que me fuera a bañar. En el camino se me ocurrió un cuento, se trata de un editor prestigioso con cara de pit-bull, un viejo puto, bah...

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