Una ola traidora
en un mar calmo, enroscó su cuerpo y lo incrustó cerca de la costa, pudo sacar
la cabeza, pero otra ola subyacente volvió a llevarla hacia adentro. Justo al
lado donde Virginia se ahogaba, había un viejo tonto y panzón que ni caso hacía
a sus gritos. Mientras tanto sus amigos, terminaban los postres en un parador
de la playa, su novio dejó la charla y salió a buscarla. Ella tragaba agua y
cachetazos olísticos parecían querer tragarla, él en dos trancos estaba a su
lado. Virginia se aferró tanto que no le permitía tomar una corriente oblicua,
Martín le gritaba que lo tomara de su cuello y en tres brazadas llegaron a la
arena. Él tenía arañazos y golpes en todo el cuerpo.
Virginia corrió
echando lágrimas y mocos hasta un médano. Se sentó, con los brazos rodeaba sus
piernas flexionadas.
—¡Sos un hijo de
puta! Tomando vino como si tal y yo ahogándome a los pies de un viejo pelotudo
que no me veía.
Su bronca le dio
hipo. —Vos te fuiste sola, yo ni te vi, pero después de todo te salvé la vida…
Y comenzó a
darle clases de cómo domar el mar en esa situación. Virginia le miró la cara de
ganador y recordó la noche anterior, que quiso hacer el amor y él respondió que
estaba muerto. —¿Cómo no me di cuenta después de la nada de anoche, que sos un
estúpido? Total, además ¿qué sabes si yo me quise suicidar y vos me lo
impediste?
Martín no habló,
no podía creer lo que escuchaba…y menos lo que veía, Virginia subió al auto, metió
el acelerador a fondo, subió al asfalto y le dio directo hasta San Pedro.
Cuando paró a cargar nafta vio las pilchas de los amigos y un fajo de dinero en
el bolsillo del costado. Golpeaba el volante y se reía a carcajadas, imaginaba
la cara de los burgueses de mierda, Martín era el peor. Para que no la jodan
tiró los dos celulares que había en el auto, al pasar el puente de un río.

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