En la casa Tudor
de la esquina, se hacían los preparativos de fin de año. Los dueños eran
personas cultas, distinguidas, muchas cunas de generaciones enriquecidas, no se supo cómo.
Los “cómo”, en
este tipo de familias tienen fecha de vencimiento.
A la Señora Nora San Martín de Belgrano, le
gustaba agregar amigos a los festejos. El Doctor Belgrano Bonzo, adhería a los
gustos de su mujer. La mesa principal era para veinticuatro personas. Venía
toda la familia y los lugares desocupados daban tristeza, de ahí las
invitaciones a los no parientes.
Nosotros
vivíamos enfrente y recibimos un llamado para compartir aquel festejo. No
pudimos negarnos, mi marido trabajaba en una de las empresas del Dr. Belgrano
Bonzo.
Aquello me
produjo un stress altísimo. No tenía ropa adecuada, mi pelo vivía en un rodete
insignificante. El cutis de la cara y mis manos desconocían el uso de cremas
hidratantes. Otro problema era mi marido, él sí tenía trajes adecuados, por sus
funciones. Lo peligroso consistía en su amor etílico.
Un tipo
generoso, usó sus ahorros y los míos, para la compra de un vestido en Madame
Fellattié, vanguardia en indumentaria galaciega. El vestido era de seda
glisada. Hasta olor a gusano tenía. Un collar de perlas de kiosco y listo.
Le pedí a Billy
prudencia en la bebida, que no hablara con la boca llena, ni le pasara miga de
pan al plato vacío. Llegamos a las veintitrés quince, la hora convenida era
veintitrés, me pareció más fino quince minutos más tarde. Las cabeceras las
ocupaban Nora San Martín de Belgrano y el Dr. Belgrano Bonzo. Los demás lugares
tenían tarjetas con nombres de los ocupantes. Tal vez para evitar avalanchas.
Nosotros fuimos ubicados separados, no podía mirar a Billy de tan lejos que
estaba.
Todas la mujeres
operadas tenían un parecido notable, a medida que transcurría la velada, me
enteré que no eran parientes. El cirujano debió ser el mismo tipo. Hablaban de
ropas, viajes, hijos que vivían del otro lado del mundo. Nora elogió algunos
atuendos y en especial el mío, lo encontró austero y elegante. Le conté que era
de gusano. Las mujeres quisieron reír, pero no podían por la tirantez
cirugiástica. “De seda querida, de seda.” Dijo alguien que brindó por mi
ignorancia. Los comensales no paraban de comer y beber. Sus modos suaves y
lentos del principio se aceleraban. El personal de servicio no daba abasto con
las exigencias recurrentes de quiero más de esto, déme más de aquello. Había un
Champagne que les llenaba los estómagos de planetas y las voces subían
rebotando en el techo.
Una señorita de
corset con ballenitas, estiró tanto su brazo para alcanzar los bocadillos de
caviar, que su teta izquierda se salió del corset y se sumergió tan luego en la
copa de Billy. Él que es tan atento, cuando quiere, usó su servilleta para secarla.
Entre otro señor y Billy trataron de ponerle la teta adentro, resultó
imposible.
La señorita
siguió comiendo su caviar agradeciendo a los caballeros tanto esfuerzo para
nada. La teta quedó a la intemperie.
El Dr. Belgrano
Bonzo hablaba a los gritos puteando al gobierno de turno largo de impuestos
infinitos.
Un joven
engominado, con aspecto de custodio, se subió a la mesa y defendió el modelo,
acusando al Dr. Belgrano Bonzo de traidor, le mandaría la AFIP, el ANSES,
ARBA y el último nuevo organismo
“POTDEB”, sigla que significa pagá o te dejo en bolas.
Nora San Martín
de Belgrano cruzó la mesa para defender a su marido, cayó sobre el joven, le
pareció buen mozo y le comió la boca. Luego la escupió, dijo que tenía gusto a
KK. Alguien llamó a las fuerzas del desorden,
cincuenta gendarmes, cinco autos de la policía de la provincia, tres
camionetas del Partido de La Matanza, dos tanquetas y dos aviones a control
remoto.
Cuando vieron
aquella fiesta y manjares sobrantes, se abalanzaron a comer. Con tal avidez que
no sobró ni una frutilla. Agradecieron con un Feliz Año Nuevo, arrastrado y
dejaron algunas drogas de regalo.

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