Le tengo terror
a la anestesia, le tengo terror a la práctica quirúrgica, le tengo terror a la
biopsia positiva, le tengo terror al cirujano, le tengo terror al cáncer, le
tengo terror a la quimio, rayos, láser, que sirvan para una poco o nada
probable remisión, le tengo terror a tener náuseas y abrazar el inodoro. A que
se me caiga el pelo. Le tengo terror a la muerte.
Le tengo terror
a mi terror.
—¿Cómo fue todo,
Doctor?
Él me dio un
beso en la mano:
—Viste cómo
somos los humanos, hasta a nosotros nos suceden equívocos. Encontramos tu
apéndice comunicado con un riñón. Los cinco cirujanos coincidimos, fabricamos
unos mini túneles y los colocamos en un riñón, para que puedas tener el otro
totalmente sano. El enfermo lo pusimos, lleno de material descartable, en una
bolsa de supermercado, sin uso. Del resto se ocuparon los recolectores.
—Doctor, me da
terror su relato. ¿Y el apéndice?
—Tenés razón,
mamita, los recolectores, que saben mucho más que nosotros, encontraron el
apéndice entre las demás porquerías. Lo entregaron desinfectado con alcohol y
lavandina. Como sabrás, mamita, el apéndice no cumple ninguna función,
resolvimos implantarlo sobre tu ombligo, un médico plástico y un tattoo,
hicieron un trabajo excepcional: tener una flor en el ombligo, es un flor de
ombligo, un privilegio.
—Doctor, ustedes
son unos degenerados.
—De eso vivimos,
mamita, de hacer degeneradeces. Hacemos cursos de especialización, donde nos
enseñan técnicas degeneradas, para aumentar nuestros ingresos y pensar en qué
más invertiríamos.

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