Mamá decía que en
Mercedes, vivían todas familias tipo. Yo creía que mis amigos, tenían una madre
y un tipo al que llamaban papá. Era una sociedad machista a ultranza, hasta una
niña de mis años se daba cuenta.
Los hombres
decidían, elegían, opinaban y concurrían a misa, todos los domingos. Las
mujeres caminaban con la cabeza mirando el piso y no hablaban. Los hijos,
pedían permiso para cualquier cosa, como los presos.
Mamá y sus
hermanas odiaban el pueblo, decían que tenía olor a milico y a cura. La pólvora
y el incienso eran la misma mierda, con distinto olor, concluían.
Ellas pensaban
que yo no escuchaba sus charlas siesteras. Me resultaban interesantes sus voces
encimadas. Mi abuela se enojaba por los contenidos, que podían arruinar mi
cabeza.
Les pedía mesura
a tres brujas genéticas, por parte de padre, aclaraba.
Un verano,
durante los años ochenta, mi abuela pidió que la acompañara a misa. Siempre
tuvo la secreta esperanza de volverme creyente. Misión imposible, aún para mi
padre, que sufría mi ateísmo de tres décadas.
Cuando la iglesia
estaba llena, apareció un hombrecito enjuto, de nariz grande y mentón huidizo.
Los feligreses,
murmuraban y gesticulaban feo, para una misa. No entendí, hasta que mi abuela
dijo su nombre en mi oído. Alguien comenzó a golpear las palmas y el resto lo
siguió, hasta silbidos hubo en la casa de Dios. El sacerdote hizo caso omiso y
continuó la ceremonia. Cuando el hombrecito enjuto, quiso comulgar, la gente se
dispuso codo con codo y la barrera humana no le permitió recibir los santos
sacramentos.
Cuando salimos,
mi abuela callaba. Le pregunté su opinión. Dijo que “No estuvo bien lo que hicieron.
Es la casa de Dios. Esos odios se dirimen en la justicia. Él es un hombre, a
pesar de ser un genocida hijo de mil putas, sin remedio ni castigo, nadie puede
arrogarse echarlo de la iglesia. Fue de cobardes lo que hicieron. ¿Porqué no lo
reventaron en aquel tiempo? Un pueblo de mierda, lleno de familias tipo, como
dicen mis hijas” Nunca escuché a mi abuela, expresarse en esos términos, le
salió de las tripas.
El tipo era Videla. “Un hato de huesos
negado a la muerte natural, que era lo menos que podía hacer.” El día que
reflexionaba en esos términos, mi abuela murió. Antes llegó el cura, con la
hostia final, ella se puso atea repentina y le dijo al cura de la hostia, que
se la llevara al hijo tarado que Videla tenía oculto, en el Open Door.
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