martes, 19 de julio de 2016

EZEIZA

                                                                             
   Esperando en las cintas sus valijas, sacó unas muy parecidas, cuando se retiraba aparecieron dos personas de Policía Aeronáutica. Lo encerraron en la habitación de los sospechosos, le preguntaron de donde venía, a donde iba. Pasó por la humillación del desnudo, siendo revisados todos sus orificios, lo dejaron vestirse. Se sintió más seguro, pero recordando que nunca hay que subestimar al enemigo.
   —Si quieren revisar mis valijas, para estar seguros.
   Cuando las abrieron no tenían sus libros, sus remeras viejas ni su equipo de hombre rana, ni su equipo de correr. Había tres kilos de heroína, cincuenta kilos de cocaína y pastillas de colores, de las que agregan a la birra los chicos en los boliches. Dinero, por supuesto euros, casi un millón.
   —Acá hay un error groso, esas porquerías que traslado no son mías. Y ahora que miro, ni siquiera estas valijas son las que traje.
   —Ustedes son los encargados de vigilar a estos delincuentes, deben estar lejos, mientras ustedes perdieron el tiempo conmigo, yo extravié mis maletas y su contenido. Presentaré la queja pertinente a quien corresponde y haré una denuncia en la Policía Federal. Luego viene el juicio, conozco gente importante.
   Los Aeronáuticos quedaron blancos de miedo, pidieron disculpas y que no presente ninguna denuncia o ellos quedarían sin trabajo.
   —Acá le entregamos las valijas, no sabe cuánto se lo agradecemos.
   Salió del aeropuerto, había dos autos negros, impenetrables.
   Él tomó una valija y la metió en el auto, dijo 
—¡Rajá!
   Después subió al otro auto, con la valija restante, manejaba su hermano. Esto se lo debemos a que los argentos somos degenerados, pero ingenuos.
                                                        

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