Esperando en las
cintas sus valijas, sacó unas muy parecidas, cuando se retiraba aparecieron dos
personas de Policía Aeronáutica. Lo encerraron en la habitación de los
sospechosos, le preguntaron de donde venía, a donde iba. Pasó por la
humillación del desnudo, siendo revisados todos sus orificios, lo dejaron
vestirse. Se sintió más seguro, pero recordando que nunca hay que subestimar al
enemigo.
—Si quieren
revisar mis valijas, para estar seguros.
Cuando las
abrieron no tenían sus libros, sus remeras viejas ni su equipo de hombre rana,
ni su equipo de correr. Había tres kilos de heroína, cincuenta kilos de cocaína
y pastillas de colores, de las que agregan a la birra los chicos en los
boliches. Dinero, por supuesto euros, casi un millón.
—Acá hay un error
groso, esas porquerías que traslado no son mías. Y ahora que miro, ni siquiera
estas valijas son las que traje.
—Ustedes son los
encargados de vigilar a estos delincuentes, deben estar lejos, mientras ustedes
perdieron el tiempo conmigo, yo extravié mis maletas y su contenido. Presentaré
la queja pertinente a quien corresponde y haré una denuncia en la Policía
Federal. Luego viene el juicio, conozco gente importante.
Los Aeronáuticos
quedaron blancos de miedo, pidieron disculpas y que no presente ninguna
denuncia o ellos quedarían sin trabajo.
—Acá le
entregamos las valijas, no sabe cuánto se lo agradecemos.
Salió del
aeropuerto, había dos autos negros, impenetrables.
Él tomó una
valija y la metió en el auto, dijo
—¡Rajá!
Después subió al
otro auto, con la valija restante, manejaba su hermano. Esto se lo debemos a
que los argentos somos degenerados, pero ingenuos.—¡Rajá!

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