Limpiar las
vidrieras, bueno, lustrar los escritorios, bueno, limpiar los baños, un asco,
bueno. ¿Es necesario que deba hacer esta porquería para ser libre? Vivo en
carpa, necesito comer, combustible y demás. No puedo largar ahora. Antes
ahorraba, ya no. Tomo alcohol como un beduino (suponiendo que los beduinos sean
alcohólicos) para olvidar dónde trabajo. No pienso en el privilegio de dormir
en carpa, sólo duermo hasta la hora en que empieza el laburo. Hoy me largo,
emprolijo mi mochila, que consiste en poner todo hecho un bollo. Y busco mi
destino, sin encontrar destino, es como estar en el camino incierto. Había que
continuar, la línea del horizonte y después el GPS me diría. La voz hispana
dijo —Salte el alambrado, siga derecho
si no lo siguen.
Me esperaba una
mujer vestida al estilo siglo XVIII, desgarrado, tenía un pecho afuera y un
bebé colgado del mismo. Atrás venían siete chicos que gritaban,— ¡Mamá!
¡Mamushka! ¡Mámele!
Tenían formas
extrañas de llamar a su madre.
Cuando él armó su
carpa, con el consentimiento de Iris los siete niños durmieron en la carpa. Y a
él no le quedó otra que dormir con Iris. Se desvelaron, ella le contó que sus
hijos eran todos de distinto padre. Si esa noche, se le ocurriera hacer el
amor, tal vez sería el padre del próximo. Mis deseos de irme de ese lugar
fueron incontenibles. Hablé con la del GPS y le dije que era una pelotuda.
Contestó —Gire a la derecha. Iris resolverá.
Iris lo esperaba
con una panza importante —Éste es tu hijo.
Le hizo apoyar la
mano. —No dan los tiempos, Iris, éste tiene otro padre.
Iris le contestó
desde su panza —¡No importa si sos o no! ¡El chico tiene que tener padre y
punto! ¡Punto!
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