La depresión era
tan morbosa, necesitaba salir de mi casa, del barrio, del pueblo. Daba vueltas
por una rotonda para cuatro caminos. Elegí uno de sierras onduladas, campos de
girasoles y bosques de eucaliptus. Llegué, tenía una arcada que en su cúspide
decía “Milagros”. Para llegar a la casa había curvas con puentes de piedra y
después rosas blancas que envolvían una pérgola, sucedían otras con rosas
amarillas, rojas.
Salió como
bailarina florida: —Me llamo Milagros, ¿te puedo ayudar en algo?
Mientras me extendía una tarjeta que decía “Posada
Milagros Peralta Ramos”.
—Vos con este
apellido, tendrías que hacer terapia.
Bajó sus ojos
hinchados de llorar y me contó qué hacía. Abandoné el tema y le pedí que me
mostrara las habitaciones, todas tenían sábanas de lino bordadas y almohadas
volanteras. No existía otro color que no fuera blanco. La que más me gustó fue
una torrecita con camas de dos plazas y ventanas con arcadas. Era redonda y se
veían las sierras, los sembrados, flores amarillas y otros colores.
—Ésta me
encanta, Milagros, la tomo, ¿cuánto cobrás por día?
Tenía cara de
nada pero se puso barroca.
—Ésta cuesta 150
dólares por día, desayuno frugal, almuerzo frugal.
—Decime querida,
¿tiene carroza?
Con una sonrisa
dijo: —Todavía no, pero lo estamos pensando.
Yo la miré de
cerca, sus párpados se habían desinflado.
—Ni en pedo pago
esa cifra. Más ridícula que tu ropa blanca.
Me miró de lejos:
—Bueno, quedate sin pagar, pero hacete amiga, si no va a estar todo mal.
Pidió que nos trajeran
un té. No sé dio cuenta con quién estaba hablando.
—Gracias,
pichona, prefiero un whisky doble, el té me da náuseas.
Al toque, la
Mucama, con una sonrisa cómplice, trajo un whisky triple.
—¿Sabés que la
Cocinera, la Mucama y la Recepcionista pidieron aumento de sueldo?, fijate que
las tres son Maestras y trabajan acá. Son caraduras las Docentes, con todo lo
que les pagan, vienen a pedirme porque me retrasé una semana, o dos, no me
acuerdo. Vienen en micro del pueblo, son veinticinco kilómetros, vuelven
caminando. Es una forma de decir, se arrastran cuando se van, no tienen ni idea
de lo que es la elegancia.
Me impresionó
feo: —No me quedo, mi amor, pero volveré todas las mañanas.
Primero usé el
auto, todo un costo, lo cambié e iba en bici, se me gastaban las gomas. Decidí
andar a pata, de paso hacía footing. Logré un cuerpo que les daba que hablar a
la peonada. Milagros me invitó a comer.
—No, gracias, yo
no almuerzo.
Prefería comer
en la matera, con gente sencilla, los burgueses me rompen las bolas. Ellos
también fueron peones, por eso se les mezclaron los hijos. Milagros era el
monumento al aburrimiento.
El Marido me
invitaba a montar y recorrer la soledad de los boques intrincados, me ayudó a
bajar del caballo, para mostrarme unos hongos. Y me ocurrió decirle, para
incentivarlo: —Aah!, hongo por hongo, tengo los vaqueros gastados aquí, no
necesitás ni desnudarme.
Él no esperó
nada, me cojió como caballo a una yegua, era un regio, le pedí más, aceptó unos
cuantos, se notaba que andaba atrasado de noticias. Durante el día, que el
Marido no estaba y Milanesa dormía, aproveché la peonada completa. De a uno, yo
no soy ninguna puta.

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