martes, 18 de febrero de 2020

PERALTA RAMOS


   La depresión era tan morbosa, necesitaba salir de mi casa, del barrio, del pueblo. Daba vueltas por una rotonda para cuatro caminos. Elegí uno de sierras onduladas, campos de girasoles y bosques de eucaliptus. Llegué, tenía una arcada que en su cúspide decía “Milagros”. Para llegar a la casa había curvas con puentes de piedra y después rosas blancas que envolvían una pérgola, sucedían otras con rosas amarillas, rojas.
   Salió como bailarina florida: —Me llamo Milagros, ¿te puedo ayudar en algo?
   Mientras me extendía una tarjeta que decía “Posada Milagros Peralta Ramos”.
   —Vos con este apellido, tendrías que hacer terapia.
   Bajó sus ojos hinchados de llorar y me contó qué hacía. Abandoné el tema y le pedí que me mostrara las habitaciones, todas tenían sábanas de lino bordadas y almohadas volanteras. No existía otro color que no fuera blanco. La que más me gustó fue una torrecita con camas de dos plazas y ventanas con arcadas. Era redonda y se veían las sierras, los sembrados, flores amarillas y otros colores.
   —Ésta me encanta, Milagros, la tomo, ¿cuánto cobrás por día?
   Tenía cara de nada pero se puso barroca.
   —Ésta cuesta 150 dólares por día, desayuno frugal, almuerzo frugal.
   —Decime querida, ¿tiene carroza?
   Con una sonrisa dijo: —Todavía no, pero lo estamos pensando.
   Yo la miré de cerca, sus párpados se habían desinflado.
   —Ni en pedo pago esa cifra. Más ridícula que tu ropa blanca.
   Me miró de lejos: —Bueno, quedate sin pagar, pero hacete amiga, si no va a estar todo mal.
   Pidió que nos trajeran un té. No sé dio cuenta con quién estaba hablando.
   —Gracias, pichona, prefiero un whisky doble, el té me da náuseas.
   Al toque, la Mucama, con una sonrisa cómplice, trajo un whisky triple.
   —¿Sabés que la Cocinera, la Mucama y la Recepcionista pidieron aumento de sueldo?, fijate que las tres son Maestras y trabajan acá. Son caraduras las Docentes, con todo lo que les pagan, vienen a pedirme porque me retrasé una semana, o dos, no me acuerdo. Vienen en micro del pueblo, son veinticinco kilómetros, vuelven caminando. Es una forma de decir, se arrastran cuando se van, no tienen ni idea de lo que es la elegancia.
   Me impresionó feo: —No me quedo, mi amor, pero volveré todas las mañanas.
   Primero usé el auto, todo un costo, lo cambié e iba en bici, se me gastaban las gomas. Decidí andar a pata, de paso hacía footing. Logré un cuerpo que les daba que hablar a la peonada. Milagros me invitó a comer.
   —No, gracias, yo no almuerzo.
   Prefería comer en la matera, con gente sencilla, los burgueses me rompen las bolas. Ellos también fueron peones, por eso se les mezclaron los hijos. Milagros era el monumento al aburrimiento.
   El Marido me invitaba a montar y recorrer la soledad de los boques intrincados, me ayudó a bajar del caballo, para mostrarme unos hongos. Y me ocurrió decirle, para incentivarlo: —Aah!, hongo por hongo, tengo los vaqueros gastados aquí, no necesitás ni desnudarme.
    Él no esperó nada, me cojió como caballo a una yegua, era un regio, le pedí más, aceptó unos cuantos, se notaba que andaba atrasado de noticias. Durante el día, que el Marido no estaba y Milanesa dormía, aproveché la peonada completa. De a uno, yo no soy ninguna puta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario