miércoles, 26 de febrero de 2020

ME TOO


   Hacíamos pascualinas para que siempre hubiera. Tenía siete hijos,  que el Día de la Madre jamás faltaron. El más querubín, aunque ya era un hombre, por una cosa o por varias, no venía.
   Los seis preparaban asados, viernes, sábado y domingo “basuritas”. Los restos de esa fiesta, donde de nuevo eran míos, sus mujeres quedaban con sus Padres. Cabalgábamos los potros, cada uno en el suyo. Llegábamos hasta las orillas del río. Si hacía calor nos metíamos, yo los contaba en el agua, a ver si estaban todos, nadaban bien y no había remolinos.
   Raimunda, ayudante heredada de mi suegra, los esperaba con las batas para secarse. Ellos la querían como su segunda Madre, yo como mi mejor amiga. Estaba en el campo con mi Marido, que parecía vivir en el tambo más que en casa.
   Al año siguiente, apareció de a caballo, el querubín, el ausente, yo le decía así. Los hermanos lo recibieron con distancia. No pregunté nada. Usé mis energías para festejar el regalo de tenerlos a todos.
   El querubín se quedó hasta el lunes, sus hermanos partieron el día anterior. Dijo querer hablar con su Padre y conmigo.
   —Ustedes ya están grandes, quiero que vendan el campo y vivan en la ciudad, conmigo y mi mujer. Inclusive Raimunda.
   Mi Marido se enojó: —Esto lo hicimos nosotros, trabajando y vos que parecés no existir, aparecés para avisar que estamos viejos y tenemos que vender para vivir, en la mugre de Buenos Aires.
   Vi que tenía los labios blancos y pedí al querubín que fuera con su potro a recorrer y con el calor tirarse en el río. Después volveríamos a charlar. Raimunda y yo, nos ocupamos de la presión de mi Marido. Durmió una siesta, más larga de lo acostumbrado.
   Vino un peón y nos avisó que el querubín se las vio feas en el río. En ese momento recordé, que de los siete, él era el único que no sabía nadar. Y ocurrió. Yo todavía estoy muerta de dolor, mi Marido y Raimunda me acompañan. Los seis que quedaban venían todos los fines de semana, a mí ya nada me puede alegrar, eso no se lo digo a nadie, pero el querubín me partió el corazón y le pedí a Dios que me llevara con él, hizo caso enseguida.
   Después ¿a quién le puede importar?

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