Hacíamos
pascualinas para que siempre hubiera. Tenía siete hijos, que el Día de la Madre jamás faltaron. El más
querubín, aunque ya era un hombre, por una cosa o por varias, no venía.
Los seis
preparaban asados, viernes, sábado y domingo “basuritas”. Los restos de esa
fiesta, donde de nuevo eran míos, sus mujeres quedaban con sus Padres.
Cabalgábamos los potros, cada uno en el suyo. Llegábamos hasta las orillas del
río. Si hacía calor nos metíamos, yo los contaba en el agua, a ver si estaban
todos, nadaban bien y no había remolinos.
Raimunda,
ayudante heredada de mi suegra, los esperaba con las batas para secarse. Ellos
la querían como su segunda Madre, yo como mi mejor amiga. Estaba en el campo
con mi Marido, que parecía vivir en el tambo más que en casa.
Al año
siguiente, apareció de a caballo, el querubín, el ausente, yo le decía así. Los
hermanos lo recibieron con distancia. No pregunté nada. Usé mis energías para
festejar el regalo de tenerlos a todos.
El querubín se
quedó hasta el lunes, sus hermanos partieron el día anterior. Dijo querer
hablar con su Padre y conmigo.
—Ustedes ya
están grandes, quiero que vendan el campo y vivan en la ciudad, conmigo y mi
mujer. Inclusive Raimunda.
Mi Marido se
enojó: —Esto lo hicimos nosotros, trabajando y vos que parecés no existir,
aparecés para avisar que estamos viejos y tenemos que vender para vivir, en la
mugre de Buenos Aires.
Vi que tenía los
labios blancos y pedí al querubín que fuera con su potro a recorrer y con el
calor tirarse en el río. Después volveríamos a charlar. Raimunda y yo, nos
ocupamos de la presión de mi Marido. Durmió una siesta, más larga de lo
acostumbrado.
Vino un peón y
nos avisó que el querubín se las vio feas en el río. En ese momento recordé,
que de los siete, él era el único que no sabía nadar. Y ocurrió. Yo todavía
estoy muerta de dolor, mi Marido y Raimunda me acompañan. Los seis que quedaban
venían todos los fines de semana, a mí ya nada me puede alegrar, eso no se lo
digo a nadie, pero el querubín me partió el corazón y le pedí a Dios que me
llevara con él, hizo caso enseguida.
Después ¿a quién
le puede importar?

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