Se le puso
corona a virus, la Nobleza no acepta quedar rezagada, se le da un lugar en el
Palacio de Barienman. Margarita no quiere ponerse lo que le regalaron.
—Un barbijo
tejido en Irak, me dijeron por las deudas, yo tengo un hijo irakí, duerme debajo
de la cama mientras el Padre lava Libras, con mi viejo mudo. Isabel, mi
hermana, jamás lo dejó hablar, las cosas que debe esconder la vieja en esos
sombreros inmundos.
En la época que
mis Padres me bautizaron Margarita, la hipocresía se percibía y una niña es
capaz de tener un poder analítico, que pueda destruir la alcurnia de una
familia. Empecé a tomar habitualmente, era lo único que me sacaba de esa farsa.
Me obligaban a tomar clases de danza. Fui un fracaso, pero gané abrir mis
piernas en 360°. Fue útil en múltiples oportunidades. Tenía una custodia alcahueta
de mi hermana.
—Niña, Princesa
Margarita, su Madre la solicita en el jardín de plástico yanqui.
Seguro que no
quiere que asista a su aniversario, para que no haga papelones, no tengo ganas
de ver su cara de oler mierda para decir humedades. Hoy viene a Palacio, el
Fotógrafo más cool de Londres. Le gusta tomar con prudencia y a mí la prudencia
me exaspera, estaba con tres whiskys incorporados, cuando escuché el llamado a
la puerta de mis aposentos.
—No me gusta el
protocolo, mi nombre lo saben todos y además ¿qué nos importa?
Su cara es tan
sugerente, que no parece ser un pariente de toda esa gente con sonrisa ausente.
Se sirvió un vino tinto, de uva mosqueta, traído de La Balandra en Argentinium.
—Vislumbré su
cara a través de unas rosas japónidas y a partir de ahí, sentí que usted era mi
medida. ¿Me permite
sacarle fotos? No van a ser publicadas, son para mí.
Su altura,
compostura, el pelo que hacía lo que quería, esos ojos que decían lo callado
por dentro.
—Saque todo lo
que quiera, sería raro, pero si usted pasara un día completo conmigo, sin
exigirme posturas, le podría llamar las veinticuatro horas.
El Fotógrafo se
entusiasmó y después de comer dátiles y distribuir luces naturales, él se quitó
la camisa, tomó la primer foto de Margarita, con soutien monjil, luego
entreabrió su falda y tomó un retrato inguinal, rodeado de las puntillas del
calzón. Margarita decidió un baño de inmersión con espumas de colores y la cabeza
laxa, con una pierna afuera y otra asomando un pie por la lente.
—¿Usted se dio
cuenta, Princesa, la cantidad de pliegues y vericuetos, que tiene el cuerpo?
Margarita
pensaba, mientras se quitaba todo, menos las ligas y medias.
—Tiene usted razón,
tantos como el pensamiento.
Él le propuso su
famosa apertura de 360°. Margarita, primero calentó el cuerpo y llegó a un
enroque que deslumbró al Fotógrafo. Nació un amor descarado, ambos se
entusiasmaban en las Fiestas de Primavera, vestían de sport, cuando todos
asistían con oropeles colgando sobre sedas deslumbrantes, el lujo era
empalagoso. Margarita y el Fotógrafo se daban besos y se acariciaban sobre la
ropa, en lugares inapropiados. Antes de vivir juntos, la bruja de su hermana
Isabel y todo su séquito, mandó su encierro definitivo en un Nosocomio llamado “Soledad
Absoluta”.
El Fotógrafo
perdió la razón y tomaba fotos de los muros impenetrables, donde imaginaba a
Margarita desnuda, en la increíble postura de 360°.

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