La Madre la
quería tanto que desde su nacimiento no soltó su mano ni quitó sus ojos de los
de Maru. Sentía que debía acompañarla donde fuese.
Le otorgaba todo
lo que quisiera, comidas, golosinas, paseos por aquí y viajes por allá. Maru elegía su ropa, el
Colegio, las amigas. Esto torturaba a su Madre, sentía que álguienes se la
robaban. La conducía al Colegio, tomaba la primera clase y después la iba a
buscar.
Era tan
simbiótica la relación que a Maru comenzó a darle asfixia, al quedarse sin aire
debió concurrir a un Médico, que diagnosticó su enfermedad, como asma y podía deberse
a varias razones. Le recomendó la consulta con un Psicólogo. Luego de varias
sesiones, el Psicólogo pidió una entrevista con la Madre.
—Mire, Sra, el
problema de Maru, es su exacerbada protección, seguro que eso la ayuda a transitar
la vida, pero la realidad es que a Maru le falta el aire, usted misma se lo
quita.
La Madre comenzó
a taparse la cara y le pidió al Psicólogo que continuara.
—Debe dejar de
abrazarla todo el tiempo, que sus pisadas caminen solas, que las horas le
pertenezcan y no que usted se las administre.
Ni bien dejaron
el Consultorio, Maru le pidió que la acompañara a tomar un helado.
—¿Y por qué no
llamás a alguna de tus amigas?
Fue su primer
gesto de liberar a su hija. Maru retornó casi de noche y la Madre la llenó de
preguntas, pidió detalles de sus charlas y sus silencios. Maru le contó como de
costumbre. Pero un cansancio repentino, le hizo cerrar los ojos para dormir. A
pocos minutos pidió el asmopul, que recetó el Doctor y durmió toda la noche con
una sonrisa, que su Madre miró hasta que despertó. La puso paranoica aquella sonrisa
de tanto tiempo. Después notó que Maru casi no hablaba con ella, le tiraba un
beso lejano, cuando se iba y cuando volvía depositaba un beso en su mejilla. Ella
guardaba el asmopul hasta que Maru encontró unos cuantos sin abrir.
—Mami, podés
regalar el asmopul, desde que corro y hago yoga, el aire me sobra.
Sonó el timbre
una tarde de verano y un joven carismático dijo: —Yo sé que Ud es la Madre de
Maru, vine ahora por ser sus horas de francés. Si me permite le confieso con
todo respeto, que encontré a la mujer para compartir mi vida. Perdón, no me
presenté, soy Ulises Kimusi y necesito su respuesta.
La Madre le
propuso que le gustaría saber su historia y estar con él sin la presencia de
Maru. Los días de violín eran lo adecuados, porque ella asistía con
rigurosidad.
El primer día,
la Madre escuchó detalles de la vida de Ulises, cómo eran sus Padres, cuáles
serían sus actividades para después. Ulises lo sintió como una invasión, pero
comprendió la soledad de esa mujer, cuando su hija dejara el nido.
Le propuso a
Ulises, que necesitaba conocer, como amaría si fuese a Maru. A Ulises le
produjo tanta curiosidad y asombro, que procedió como un amante encendido, pero
sin violencia, respetando los tiempos de la Madre. Ella se vistió con la misma
ropa y perfume de su hija. El transcurrir fue en la habitación de Maru. Ulises
se sintió pleno con la experiencia manifiesta de esa mujer sin novio ni Marido.
Propuso Ulises
un encuentro similar la semana siguiente.
—Tal vez no me
expliqué bien, siempre estuve muy unida a Maru. Ahora tengo la seguridad que la
harás sentir completa.
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